"Dejé como herencia el país más rico de la historia de España"
Modestia
"Dejé como herencia el país más rico de la historia de España"
«La primera tele que entró en mi casa fue en vísperas de los JJ OO de México, allá en el lejano 1968. Unos grandes Juegos. Allí vi a Fosbury brincar una y otra vez de espaldas, ante el asombro mundial, y salir campeón. También vi el fabuloso salto de Beamon, que excedió los sistemas de medición previstos por la organización. (Aquel récord duró 23 años). Y vi, con mis asombrados ojos de adolescente, a Tommy Smith y a John Carlos elevar desde el podio un puño enguantado en negro. Aquel gesto estremeció muchas conciencias. A ellos no les reportó ningún beneficio, pero entendieron que era necesario.
Por aquel entonces, la población negra de Estados Unidos no podía subir a los mismos autobuses que los blancos, ni ir a los mismos colegios, ni entrar en las mismas cafeterías. Pocos meses antes de aquello, Martin Luther King, un predicador que apostaba por la no violencia, fue asesinado en Memphis justamente por su lucha en pro de los derechos civiles de la población negra. Eran los mismos años en los que el gran Mohammad Alí se jugó su carrera por plantar cara al 'stablishment' blanco, que pretendió hacerle pagar su insolencia enviándole a matar vietcongs a aquella guerra estéril.
Son otros tiempos. Hoy, Obama ronda el sillón de la Casa Blanca y el bueno de Bolt exhibe feliz sus zapatillas doradas ante las cámaras de todo el planeta. Han cambiado mucho las cosas, para bien. Para muy bien. Pero es bueno recordar que hace cuarenta años unos cuantos deportistas se lo jugaron todo por su gente. No aprovecharon el enorme eco que ya entonces tenía el deporte, gracias a la televisión, para hacerse ricos, sino para enviar un grito de protesta a la conciencia de todo el planeta. Ellos salieron perdiendo, pero la Humanidad salió ganando. Merecen nuestro mejor reconocimiento».
En cada tienda para turistas encuentras a la venta diminutos cachitos de muro, que supongo falsos, expuestos en un plástico transparente. No pude desprenderme de aquel rastro de pudor para hacerme con uno. Aunque al final, encontramos una solución intermedia. Cogimos prestado un adoquín de las muchas obras que brotan por este Berlín en reconstrucción eterna. Tengo prometido que lo pintaré simulando los graffitis que poblaron cada centímetro de la valla de hormigón que dividió familias, amistades o amores durante décadas. La gente se dedicó durante todo ese tiempo a convertir ese inmenso lienzo gris a la intemperie en un canto al colorido de la libertad. Hoy, como la archifamosa foto del Ché que tomó Alberto Díaz, Korda; el muro, y con él las chapas y las gorras soviéticas, o el CheckPoint Charlie berlineses, han pasado a convertirse en souvenires cada día más ordinarios.
Así se va desdibujando la idea original de lo que es un viaje. Se difumina el rastreo de lo acontecido en el sitio que visitamos. Ahora la búsqueda no persigue conocer qué ocurrió y por qué fue así, quiénes fueron los hombres que hollaron ese suelo con sus huellas y qué les llevó a hacer lo que hicieron. Ya no es turismo. Es safari en busca de un trofeo que colgar en el salón de casa.