5 de agosto de 2008

Tetas y tártaros

Silvio ha tapado una teta y ha sacado las tropas a la calle. No está nada mal. Es toda una declaración de intenciones. "Aquí no pasamos una". Ni pechos desnudos en nuestros salones ni maleantes en nuestras plazas. Sólo pudorosos velos que oculten y machotes soldados que intimiden. Dos medidas que evidencian el encastillamiento del personaje, y la enajenación de un pueblo que se entrega a sus esquizofrénicas medidas como en una especie de aquelarre puritano.

No se entiende. No hay explicación posible para la política de frenopático de los italianos en los últimos, digamos, sesenta años. La única tesis salvable es que viven al margen de sus gobernantes, ajenos a la "cosa pública", como si hubieran interiorizado que las acciones y las decisiones de los mandamases no son cosa suya más allá de las esporádicas citas con las urnas.

Leo poco, pero leo. Por ejemplo, ahora, El desierto de los tártaros. Dino Buzzati, italiano, escribió la historia del suboficial Giovanni Drogo, destinado a la inhóspita fortaleza Bastiani y atrapado poco a poco por la inercia de las costumbres, el yugo de la jerarquía y la frustracción de las expectativas. Un clásico del siglo XX que relata también la obsesión, presente hoy en ese gesto gubernamental de ordenar a 3.000 reclutas a patrullar las ciudades, por la seguridad por encima de la libertad. En la fortaleza Bastiani no se recuerda actividad bélica alguna, y, sin embargo, todos temen la amenaza difusa de los tártaros, supuestamente agazapados tras las nieblas del ancho desierto que circunda el bastión. Hoy, para Silvio y su gobierno (y debo entender que también para el pueblo que les votó), la amenaza no son los tártaros, sino los carteristas, tal vez rumanos, tal vez albaneses. Ah, y los pechos. Esos sí que son peligrosos.

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