2 de febrero de 2009

El encuentro

El pensamiento. El hueso mondo, el túetano de la filósofía, la metafísica, la teología o comoquiera que se apode ese local sin ventilar, con el cierre metálico echado y la humedad carcomiendo las paredes, donde descansa lo que somos, lo que pensamos que somos, pero no nos atrevemos a tocar; quien suscribe da un paso al frente en el pelotón de los cobardes, perezosos.

De eso, de la pregunta radical, del archimanido de dónde venimos, trata El encuentro de Descartes con Pascal joven, que se representa ahora en el Teatro Español. Se supone que estos dos padres del pensamiento moderno tuvieron un único encuentro en toda su vida, en la noche del 24 de septiembre de 1647. Descartes encaraba el último tramo de su existencia aupado en el respeto general y echando mano del escepticismo y la modestia para confrontar tanto los juicios ajenos como la reflexión propia. Mientras, un joven Pascal, de cuyos méritos pocos dudaban, se despeñaba en un pozo de introspección, debatiéndose entre la ciencia y la fe. De esa entrevista no quedó testimonio: ni Descartes ni Pascal escribieron sobr ella. Quien sí se atrevió a recrearla es el dramaturgo Jean-Claude Brisville, a través de un libreto sobrio y breve que pone aquí en escena el gigante Flotats. 

Una de las virtudes más deslumbrantes de una obra artística es su capacidad para invitarnos a seguir pensando, descubriendo, más allá de ella. Todas las obras que sientan cátedra, todas esas que dan tantas respuestas a las preguntas medulares no me interesan nada. Aparte del despliegue interpretativo de Flotats, ese es el valor principal de esta obra: que esparce duda. 

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