7 de agosto de 2008

Inmortales

Fabulé durante un tiempo con hacer una tesis sobre RB. Nunca me puse a ello; ni siquiera sondeé aquella posibilidad. Me apabullaba la inmersión en esa obra cuajada de recovecos, de agentes dobles que pululan de libro en libro, de puertas falsas y de salidas de emergencia que dan al desierto de Sonora, a lo inabarcable. Pero ahí estaba ese minúsculo empeño romántico de explicar y explicarme lo que RB, semidesconocido por aquél entonces, significaba para la literatura.

Convencido de que en pocos años sería considerado un clásico, 2003 era aún un buen momento para explorar ese territorio inhóspito y burlón que es la literatura del chileno. Hoy retomo, si no aquél empeño, sí al menos una curiosidad renovada por saber qué se escribe sobre él y lo que implicó e implicará su figura. Sólo a través de la red he recopilado cientos de páginas que van desde el detalle intimista a la disertación erudita, pasando por el elogio sentimental o la reseña pulcra y algo despistada. Mucha información. Sobreinformación. Gajes de este tiempo en el que cualquiera puede volcar en el ciberespacio sus ideas y sus conocimientos, por marcianos e inexactos que sean. Se mezclan en el mismo cubo las firmas autorizadas y las reflexiones del lector de andar por casa. Grano y paja.

Pero no es algo que me desagrade especialmente. Y quiero pensar que a RB le hubiera gustado ese jaleo en torno a él y a su escritura. No tanto las loas, el menudeo de alabanzas insólitas, la exageración en torno al malditismo y al aislamiento buscado de este escritor al que intuyo mucho más corriente de como lo pintan ahora. Imagino que se hubiera partido de risa con las leyendas de neveras clausuradas y manuscritos inconclusos, y que hubiera mirado con ternura cómo muchos de sus lectores expresan en sus bitácoras personales el modo en que sus historias les han ametrallado el corazón y bombardeado el cerebro. Aunque no le supongo preocupado por ese corpus crítico que va edificándose anárquicamente alrededor de su legado. Si siguiera vivo, seguro que no habría tantos párrafos dedicados a glosarle. Pero no creo que eso le inquietase demasiado. Lo más probable es que siguiera enfrascado en leer y en escribir con la angustia de no poder leer todo lo que merece la pena ser leído y de no poder escribir todo lo que tenía guardado dentro de sí.

Compraré más tarde o más temprano Bolaño salvaje. Encuadernaré todas las páginas descabaladas que he reunido en estos últimos días. Leeré todo eso. Subrayaré y tomaré notas y supongo que poco más. No conviene confundir el fervor lector y la curiosidad mitómana con el genuino interés académico. Al menos, no a priori. Puede que una cosa lleve a la otra, y dentro de un tiempo reemprenda el propósito original. Aunque para entonces habrá engordado aquél corpus crítico, las perspectivas se habrán reproducido, se desvelarán algunas incógnitas y, sobre todo, muchos lectores, en cada vez más rincones del planeta, se habrán acercado a sus páginas y descubrirán el "universo Bolaño". Será, cada día, más difícil, más inabarcable el estudio del impacto sobre las futuras generaciones de este tipo que tal vez soñó pero jamás creyó posible que sus cuadernos de letritas apretujadas y sus archivos conservados en aquél precario CPU alcanzarían tal repercusión.

Así, se me hace más presente que nunca esa mirada irónica sobre la inmortalidad literaria con la que se pertrechó frente a los halagos excesivos y que cristalizó en tantas historias suyas. La más representativa, Henri Simon Leprince (dentro del volumen "Llamadas telefónicas"), el relato de un escritor fracasado, honrado y perseverante, que funciona para RB como el recordatorio de que la gloria póstuma en la literatura es un anhelo indisoluble del escritor pero absolutamente vano, inservible. Como él dijo, "todos estamos condenados a la desaparición". Pero aún así, vale la pena intentarlo. De hecho, es lo único que vale la pena: el intento, no la meta.

1 comentarios:

j.julio dijo...

De lo mejor que has escrito últimamente tanto en contenido como en forma. Excelente.
Saludos muy cordiales paseando por la tarima de lector.