20 de octubre de 2005

Los adversarios viejos

Toca escribir a diario si uno quiere ser consecuente. O contundente. Como él. Toca, aunque no apetezca. Toca, aunque no haya ganas de glosar lo que está ya de sobra glosado. Para bien o para regular. Pero la extinción de los dinosaurios siempre mueve al estupor. Algo tiembla bajo nuestros pies cuando cae un árbol viejo. Dejará de dar sombra, y de atraer a las hormigas. Siempre se queda uno un poco huérfano cuando un comunicador con solera deja caer la pluma para siempre.
Casi nunca estuve de acuerdo con Haro. Sí, tal vez, con su ideario. No con sus maneras, con su empecinamiento, con esa prosa obtusa y llena de sobreentendidos que a los legos se nos escurrían. Me aburría, en fin, y eso es mortal para un columnista. Pero admiro la perseverancia, la conciencia crítica y las ganas de currar sostenidas hasta el último minuto. Hasta en el descuento, incluso. Dejó dicho que donaría su cuerpo a la ciencia y resulta que no fue un brindis al sol. Se ha donado. Se ha esparcido, como ha dicho Umbral.
Siempre me parecieron los dos extremos de una misma cuerda, Campmany y Haro. Su columna fija, sus fijas posiciones ideológicas. Su compromiso con el trabajo. Su mala leche imperecedera. Uno, un señorito de derechas de toda la vida, fino, socarrón. Nunca me hizo gracia. Otro, un niño republicano, que escogió ser el azote de nuestras conciencias. Muy riguroso, muy malencarado, sin tiempo para pamplinas. Tampoco le pillé el punto.
Ambos pertenecieron a una época que no era la mía, pero estamos obligados a respetar a los que vinieron antes. Para remedar sus aciertos y huir de sus errores.
Me decepcionó El País con las necrológicas de Campmany. Una nota breve y de compromiso, sin firma. El ABC también me decepciona hoy. Da cuenta de ello en la penúltima página de Cultura. Aunque sí recuerda un enfrentamiento entre los dos dinosaurios:
«Conocido por ser una de las últimas voces de la izquierda radical española, ferozmente antiliberal y republicano confeso, Haro Tecglen destilaba sus críticas políticas en los últimos años desde una columna de la sección de televisión en el diario «El País», que convirtió en pasarela de sus pasiones ideológicas, y desde la que protagonizó sonadas polémicas periodísticas. Una de las más largas fue la que mantuvo con su coetáneo el también escritor y columnista de ABC Jaime Campmany, fallecido en junio. Ambos escritores, desde posiciones absolutamente opuestas, mantuvieron la polémica durante años, entreverando puyas y estocadas con algún destello de respeto profesional por el adversario.».

Descansen en paz. Para ambos, se acabó la guerra.

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