21 de octubre de 2005

Supervivientes

Rata fugitiva bate récord
BBC MUNDO
La capacidad de nadar de una rata que cruzó el mar para encontrar nuevo territorio dejó sorprendido a un equipo de científicos de Nueva Zelanda. El roedor era uno de un grupo al que le habían insertado transistores para que los investigadores pudieran rastrear sus movimientos y aprender más acerca de este tipo de plaga y cómo invaden pequeñas islas. La rata fue liberada en la isla desierta de Motuhoropapa -parte de las islas Noises en el golfo Hauraki de Nueva Zelanda-, pero no se dejó capturar al final del proyecto. La revista Nature afirma que el animal apareció en la Isla Oata -también parte de las islas Noises- lo que implica que la rata nadó 400 metros.


Marca en mar abierto

El investigador de la Universidad de Auckland, James Russell, y sus colegas, aseguran que ésta es la distancia más larga que ha nadado una rata en el mar abierto hasta ahora registrada.
"Las ratas comunes (rattus norvegicus) supuestamente pueden nadar hasta 600 metros pero, hasta donde sabemos, éste es el primer récord de una rata que nadó cientos de metros en mar abierto", indicaron los científicos.
En total, el roedor estuvo libre durante 18 semanas. Al final, murió tratando de comerse la carne de pingüino que le habían puesto a una trampa.
Las especies invasoras sólo son superadas por la pérdida de hábitat cuando se trata de ser la mayor causa de las extinciones. Los roedores en particular han causado caos en varias islas pequeñas alrededor del mundo. Las ratas se alimentan de aves nativas, cazan polluelos, se comen los huevos y destruyen sus nidos.
Asimismo, compiten con especies nativas por semillas esenciales e insectos.
La erradicación de las ratas, una vez establecidas en un lugar, es extremadamente difícil.
Esta rata en particular, evadió una serie de trampas, carnadas, e incluso perros rastreadores.
El equipo indicó que la eliminación de esta peste es incluso más difícil cuando no son muchas, probablemente debido a que la competencia para conseguir comida no es tan intensa.
Las autoridades de Nueva Zelanda libran una constante batalla para controlar a los roedores.
Las desiertas islas Noises, al noreste de Nueva Zelanda, fueron invadidas por rattus norvegicus al menos en seis oportunidades entre 1981 y 2002.


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Peripecias de la vida animal. La naturaleza se cuadra a veces frente a nuestros ojos para ofrecernos estampas como esta. Si sabemos leerlas, entenderemos que son como metáforas de nuestra propia existencia miserable. De nuestros miserables sueños y de las inevitables caídas. Una rata trata de huir de un destino trazado: colonizador gregario y salvaje. Es libre por designación (humana), aunque ella lo ignora. Bracea en el mar en busca de una ciega supervivencia. Puro instinto. Alcanza la costa; ha cumplido con su tarea. Ha escapado y ya puede saborear su autonomía, su desalienación, su albedrío desaforado.
Pero en uno de sus primeros actos al margen del yugo (doble: el del hombre y el de su propio clan), va y la caga: «En total, el roedor estuvo libre durante 18 semanas. Al final, murió tratando de comerse la carne de pingüino que le habían puesto a una trampa». Muy humano. Casi parece una reconstrucción alegórica del síndrome de Estocolmo, de nuestra incapacidad para adaptarnos a la nueva coyuntura: eres libre, luego has de adoptar tus propias decisiones. Qué pavor causa esa cadena. Qué perra vida.

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