14 de agosto de 2008

Los recuerdos manufacturados (Apuntes de viaje I)

Ostalgie, lo llaman, cruzando las palabras nostalgia y este. Así definen los berlineses, uno intuye que de cara a la galería, un sentimiento de morriña por los tiempos pretéritos. Lo que aquí representan los neofalangistas que acuden cada 20 de noviembre al Valle de los Caídos a honrar al Caudillo, en una extravagancia con olor a naftalina, allí es toda una moda que tanto oriundos como visitantes cultivan con fascinación.

En cada tienda para turistas encuentras a la venta diminutos cachitos de muro, que supongo falsos, expuestos en un plástico transparente. No pude desprenderme de aquel rastro de pudor para hacerme con uno. Aunque al final, encontramos una solución intermedia. Cogimos prestado un adoquín de las muchas obras que brotan por este Berlín en reconstrucción eterna. Tengo prometido que lo pintaré simulando los graffitis que poblaron cada centímetro de la valla de hormigón que dividió familias, amistades o amores durante décadas. La gente se dedicó durante todo ese tiempo a convertir ese inmenso lienzo gris a la intemperie en un canto al colorido de la libertad. Hoy, como la archifamosa foto del Ché que tomó Alberto Díaz, Korda; el muro, y con él las chapas y las gorras soviéticas, o el CheckPoint Charlie berlineses, han pasado a convertirse en souvenires cada día más ordinarios.

Así se va desdibujando la idea original de lo que es un viaje. Se difumina el rastreo de lo acontecido en el sitio que visitamos. Ahora la búsqueda no persigue conocer qué ocurrió y por qué fue así, quiénes fueron los hombres que hollaron ese suelo con sus huellas y qué les llevó a hacer lo que hicieron. Ya no es turismo. Es safari en busca de un trofeo que colgar en el salón de casa.

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