19 de septiembre de 2007

La guerra y el frío

Hablemos de libros. Aunque sea de manera telegráfica, stop. Las prisas, el intervalo que robas al día y al curro para olvidarte de todo y hablar contigo. De libros, claro.

Terminé hace unos días "El telescopio de Schopenhauer", del irlandés Gerard Donovan. Poeta y traductor, este tipo escogió para su primera novela una historia descarnada y plagada de significados, que habla básicamente del horror de la guerra y su capacidad para destapar lo peor de las personas, por encima de apariencias.

Es significativo que esta narración sea obra de un poeta. Yo paso de los recargados que buscan el retruécano en cada linea, los que desdibujan la idea de tanto adornarla. Paso igualmente de los modernos hemingwaynos que liman sus textos hasta dejar un tuétano romo y sin vuelo. Como en casi todo en esta vida, la virtud en prosa está en el término medio. Y ahí aparece la escritura de Donovan y de otros que, como él, entienden que dotar a un texto narrativo de un aliento lírico no es vestirlo con chorreras, sino marcarlo a fuego con un carácter simbólico.

Así que esa es la primera de sus virtudes: el difícil equilibrio entre sencillez y lirismo. Pero tiene un buen puñado más de virtudes. A saber:

- Su capacidad para traducir al universo literario la desolación, la incertidumbre y la incredulidad que generaron las crueles guerras del cambio de siglo en el Este de Europa. Hay pocas obras literarias que se hayan atrevido a rascar en un pasaje tan doloroso, por reciente y por cercano a nosotros. Es una herida abierta que hay que ventilar para que cure bien.

- El ingenio por el que demuestra que: 1) la guerra es un invento humano, tan humano que tiene por ello todos los matices que adornan a nuestra especie; 2) la peor de las guerras es la civil, que hace brotar odios enquistados, que destapa la alcantarilla donde duermen las envidias y los rencores entre vecinos, entre familias. Sangre coagulada durante años, generaciones.

- Mezcla de pericia e instinto, la capacidad de Donovan para tejer una historia que, a pesar de echar mano de un buen puñado de referencias culturales, históricas o bilbliográficas, no pierde de vista el tiempo en el que se inserta y sabe traducir el lenguaje de la acción al de los libros. Igual soy yo, pero ahí hay materia para hacer una gran película. La fuerza de esos paisajes desolados, la ventisca que todo lo envuelve, el hombre que cava un hoyo y el tipo que fuma a su lado y le da charla. Y el equívoco macabro que les rodea. Y el final que todo lo explica pero que no deja tras de sí más que un horizonte vacío y un hoyo lleno. De cadáveres.

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