3 de enero de 2010

Autómata



Primero pensé en encaminar este apunte por el sendero de la reivindicación de la novela de aventuras. Después, no quise quedarme sin decir lo mucho que disfruté de ese juego de las muñecas rusas donde las historias se imbrican, se solapan y se contienen unas a otras. Luego anoté en un cuaderno, para que no se me olvidase, que percibía un soplo vilamatiano en todas esas referencias cruzadas y en la búsqueda de la invisibilidad como la patria de los raros. Con aquél caldo de ideas, éste cóctel insípido:

Un niño que lee es un raro. Lo es hoy, porque leer implica la decisión libérrima y madura de apartarse de la golosina visual (Ramonet) para entrar en el espacio de la abstracción, de la duda intelectual que son los libros. Y, reconocedlo, cretinos: también ayer fue un raro un niño lector. Un niño lector era, cuando no había tele ni videojuegos ni Internet, un niño que optaba por quedarse en su cuarto en lugar irse al campo a jugar al fútbol, a matar hormigas o a tirarse cantos a la cabeza.

Así, niño raro, se intuye Oliver Griffin, protagonista de Autómata, desde muy temprano. Es cuando descubre su invisibilidad, su tendencia a la obsesión y su mal de libros. Su querencia por las historias insólitas y por el extrarradio. Luego, según nos cuenta un narrador al que yo le pongo la apariencia de Adolfo García Ortega, Griffin descubrió una foto antigua de sus abuelos junto a un muñeco. Quiso indagar el origen de aquella instantánea tomada durante un viaje de novios de hace ochenta años. Conocer el secreto de ese robot de lata, de apariencia y estatura casi humanas, pero mirada muerta. Esa fue la válvula por la que se precipitó su obsesión. A partir de ahí, la manía de dibujar islas, la persecución del autómata, el coleccionismo abigarrado de héroes y leyendas, fastuosas o patéticas, el mar como el dios que gobierna el destino de los hombres sin tierra... El relato de una singladura oceánica hacia el confín del mundo con el extravagante motto de arribar a la Isla Desolación.

¿Para qué sirven los libros?, se pregunta uno después de leer Autómata. Así, en general, ni idea. En particular, tal vez para saberte raro e invisible y no sentir vergüenza por ello sino orgullo. Tal vez para sindicarte en un club donde la libertad es absoluta pero no todo vale. Para sentirte omnipotente aunque tan pequeño. Marciano entre los hombres pero más humano que muchos de ellos. Un autómata invisible.

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