28 de enero de 2010

Tolbiac



No hay ninguna trampa tan mortal como la que te tiendes a tí mismo. Raymond Chandler

Desde Libros del Asteroide queremos agradecerle el tiempo que ha dedicado a la lectura de Niebla en el puente de Tolbiac. Esperamos que el libro le haya gustado y le animamos a que, si así ha sido, lo recomiende a otro lector.


Libros del Asteroide tiene la buena costumbre de rematar todos sus libros con una cita vinculada al texto recién concluido (Chandler, en este caso) y con esas tres líneas gentiles que agradecen e invitan a proclamar las bondades del libro. Es una actitud honrosa, que merece al menos encontrar respuesta. Así que, lector improbable, ahí va mi recomendación:

Aunque quizás sea buena idea empezar consignando las carencias intelectuales propias. Tengo como una de mis cuentas pendientes lo poco que sé y lo menos que he leído de novela negra. Ni Hammet, ni Chandler, poco Poe, nada Conan Doyle, nada Simenon, ni, por supuesto, nada más contemporáneo como Ellroy, Le Carré o todo lo nórdico que puebla las librerías últimamente casi con competencia desleal, como un monopolio impuesto.

Pese a que uno se las dé de voraz lector, aún no soy un adicto irrecuperable. Tengo que escoger lo que voy a leer porque las horas del día se comprimen y con el fin de sostener una pose de credibilidad, siempre tiendo a desdeñar las aventuras, la ciencia ficción, las policíacas e incluso las de humor. Un repaso a los libros que descansan en mi mesilla me llenó el otro día de una incertidumbre sombría: todas esas portadas en blanco y negro, esos títulos plomizos y sin esperanza, aquella amargura impresa me provocó un súbito rechazo. Rebusqué, por tanto, otros libros, y dí con Niebla en el puente de Tolbiac, de Léo Malet.

Como en casi todo en la vida, en la escritura es también una virtud esencial no tratar de demostrar algo que no se es. Nada más lejos del alarde hueco que esta novela, en la que Malet, dicen, vuelca su propia experiencia a través de su alter ego, el detective Néstor Burma. Siempre con la ceja levantada, Burma danza por un París neblinoso y cutre, tratando de dar con el responsable de la muerte de un viejo camarada de sus años anarquistas. Como una alegoría del desplome de las ilusiones libertarias, su rastreo le conducirá hacia la certeza de que, finalmente, el dinero todo lo puede.

Ser anarquista implica asumir la corrupción del mundo, apostar por la libertad absoluta y sin embargo creer que la cosa tiene solución, como una novela policíaca en la que la voluntad y la pericia del detective sirven para desenredar cualquier infortunio. Pero hace tanto tiempo que dejó de haber anarquistas que ya sólo queda niebla.


Comentario de Juan Pedro Quiñonero sobre la novela: aquí

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