12 de enero de 2009

Pastillas


Igual los fanáticos religiosos o los espiritualistas que viajan a la India y se convierten al veganismo, que es esa disciplina vital que excluye de la dieta cualquier alimento que provenga de los animales, son los últimos sobre la tierra que día de hoy siguen pregonando contra la exacerbación de la ciencia como la vía de solución para todos nuestros problemas. Joder, cuánta ayuda nos dan los fármacos, de qué extraordinaria manera nos han servido a través de los siglos para calmar nuestro dolor, para sanar nuestras heridas y para asomarnos a otras realidades de nuestro cerebro en lisérgicos viajes. Se han convertido en nuestros centinelas, nuestros compañeros de asiento en el autobús, y eso, toca apechugar, tiene su precio.


Aún pervive la sacudida que me produjo El telescopio de Schopenhauer, la primera novela del irlandés Gerard Donovan publicada en España. Recuerdo esa escritura limpia y un poco naif, la manera en la que a medida que transcurre la trama entrevemos lo terrible que fermenta bajo bajo la alfombra.

Se mantienen esas señas de identidad en El Doctor Salt. Aunque el escenario es radicalmente distinto a aquella desolada escena del Este de Europa que se narraba en la anterior novela: la historia es aquí menos hostil; no hay una guerra en el horizonte, sino un tranquilo lago y las dilatadas avenidas urbanizadas de la mormona Salt Lake City. Pero el drama sigue ahí, porque hay hombres y a los hombres el desgarro les define. Aunque sea incomprensible; hay tantas cosas incomprensibles en el mundo que a la gente le da por hacer locuras para sobrellevar esa incomprensibilidad. O le da, puede ser, por tomar pastillas, miles de pastillas para cada una de las miles de afecciones que existen hoy día o que se inventan con el exclusivo propósito de buscarle un nombre a nuestro vacío y rellenar ese vacío con pildoritas de colores.

Los protagonistas de Donovan narran en primera persona. Cosas horribles, que estremecen. Desde su perspectiva, el mundo es extrañísimo y sus habitantes marcianos. Pero duele menos. Si lo que ves cuando te asomas a la vida es el dolor manchándolo todo y guiando los movimientos de la gente, quizás la mejor salida, o la única posible, sea inventarse una vida paralela, acolchada. Y en eso las pastillas tienen mucho que decir: en esta novela, los protagonistas son víctimas evidentes de un sistema social que fomenta la necesidad de ser felices, de no sufrir nunca, y lo hace inventando nuevas drogas que amortigüen el tormento. Existen pastillas para aliviar todas las angustias de nuestra mente y nuestro corazón. Agotado el mercado, a las farmacéuticas no les queda otra (sugiere Donovan) que fabricar nuevas dolencias psiquiátricas que estimulen la aparición de fabulosas píldoras de la felicidad. Una espiral diabólica sobre la que se asienta la crítica de El Doctor Salt al mundo de hoy, un mundo en el que está prohibido llorar, en el que mola autocompadecerse y en el que la extravagancia está equiparada al peligro. Todos iguales, todos sedados. Qué miedo.



1 comentarios:

j.julio dijo...

Mi mejor felicitación para 2009, a pesar de las crisis, a pesar de los periódicos y de los periodistas, a pesar de las empresas y de los cambios.
La vida - hasta el final, hasta el último minuto -es una lucha, y eso es bueno, porque significa VIDA. En cuanto no hay lucha, no hay vida.
Te deseo que sigas leyendo buenas cosas, que sigas escribiendo también buenas cosas.
Hay un título de un libro de Saroyan que dice "Lo importante es no morir", no recuerdo si te lo he dicho alguna vez. Pero es clave. Si uno se deja morir no escribirá, no leerá, no disfrutará de cuantos pequeños placeres literarios y estéticos - vitales - tiene esta vida.
Paseando por la tarima de la clase de la vida me acerco a la pizarra y escribo con tiza azul: Vida.Lucha.
¡Gracias por tu felicitación, que comparto en la distancia!
(Si algo quieres alguna vez -como diría Carver - no tienes más que llamarme. Si me nesesitas, llámame.
Saludos.
José Julio