9 de enero de 2009

Leónidas no vio Madrid nevado

Todo está conectado. Al menos en mi cerebro, y quiero pensar que eso es lo que importa. 

Como en el cine negro, dos sicarios irrumpieron en el cuarto de hospital en el que convalecía Leónidas y uno de ellos le baleó hasta la muerte. Sin proponérselo, el verdugo le aportó cierta dignidad, una insólita coherencia, al fin de sus días, tan contaminados por el crimen. No merecía otro final Leónidas, que consagró buena parte de su vida a la sangre, la ambición y el engaño. Antes de que le matase la vida, por medio de una enfermedad incurable, le mató la muerte. 

Y ahora la literatura: Leónidas no se llamaba Leónidas. Fabulé con el hecho de que hubieran sido sus padres los responsables de ese nombre de reverberaciones históricas. Fabulé con el hecho de que ese nombre hubiera impreso en este colombiano cetrino y chaparro la gloria kamikaze del Leónidas que comandó, en el 480 a. C., a sus trescientos griegos en el paso de las Termópilas. Imaginé que la flecha que dio muerte al rey espartano viajaba por los siglos hasta desembocar en esa cama del 12 de Octubre, convertida en bala, para completar el círculo perfecto de la muerte violenta. 

No fue tal cosa. Leónidas no se llamaba Leónidas, sino José Antonio Ortíz Mora, apelativo cien veces más vulgar que no remite a leyendas heroicas sino al archivo catastral. Qué feo. Qué cutre. Qué falso. De hecho, su asesino cruzó la puerta de la 537 dispuesto a matar a Leónidas, no a José Antonio. Preguntó incluso, con perfecta educación, al otro inquilino del cuarto, que le señaló el cuerpo que dormía en la cama vecina. «¿Es usted Leónidas Vargas?». Pues no, esa era sólo una de las falsas identidades que se inventó José Antonio para enmascarar sus delitos. 

José Antonio se iba a morir más pronto que tarde, postrado por una enfermedad terminal. Su alias, Leónidas, le dio una última oportunidad de cumplir con el ciclo violento de sus días y encontrar una muerte de película. Su contrapartida es que se quedó sin ver este viernes nevado, este Madrid albino que da tantas ganas de vivir.

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