28 de abril de 2008

Pecios



Sánchez Ferlosio bautizó así, pecios, a los retales de pensamiento que anotaba cuando surgía y que no podían ser integrados en una obra mayor, más consistente. Si hablamos de consistencias, los pecios que voy a anotar ahora vienen a ser como los riachuelos que ya traté de definir, con poca fortuna, en una nota prehistórica de este mismo blog. Ahora que, lentamente, comienzo a recuperar el gusto por la escritura, lo único (y no es poco) que soy capaz de parir son estos pecios a la deriva. Estos dos los he presentado a concursos cibernéticos. Aquí. Y aquí. Ambos perdieron. O no ganaron, que viene a ser lo mismo. Les une un mismo germen, un aire de improvisación que le hace a uno tomar cierta distancia crítica con ellos. Les miras con desdén y te dices: "ya sé que son malísimos, pero los escribí sobre la marcha, en medio de un entorno hostil, sin pararme a pensarlos ni dos segundos, así que es normal que sean tan poca cosa". Luego, pasado el rato, les reconoces como legítimos hijos tuyos y a pesar de sus defectos, sus taras congénitas, les aprecias. Y los cuelgas aquí, que viene a ser como incluirles en tu libro de familia.



1)

Pensó en los libros, los muchos libros que había leído en toda su vida. Se dijo que, sin duda, por aburrida que hubiera sido, su vida valía más la pena que todos esos libros. “Primero, mi vida. Después, los libros, el amor, la comida, los amigos, la cerveza, los viajes y todo lo demás. Pero primero, la vida. La mía”. Apuró el café y siguió pensando en los libros, en sus finales y en sus comienzos y en que todo es circular pero todo acaba. Pensó en las incongruencias del mundo, que lo hacen girar siempre. Y es mejor así. Entró en la casa, cerró las puertas de la terraza y guardó el revolver en el cajón de la cómoda. Y abrió otro libro.



2) Los cuadros

No pude evitar quedarme con la vista fija en el recuadro blanquecino que quedó en la pared vacía después de que Lucía descolgase el marco. Estuve un par de minutos así, de pie, sin pensar en nada, mirando el reborde que el polvo había tallado con el paso del tiempo con la complicidad de los cuadros que Papá pintó cuando era joven e ingenuo. Cuando salí del lapso fui a la cocina. Lucía lloraba sobre la mesa, sin consuelo, por primera vez desde que murió Mamá. Sobre el suelo descansaban seis marcos con la espalda de estraza rasgada y el vientre vacío.

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