28 de abril de 2008

Lo que hace un hombre



«Lo que hace un hombre, lo puede hacer cualquier otro». Lamento no retener el nombre del autor de esta cita. Sé que lo leí en un artículo de Público. Y me pareció, entonces y ahora, un modo sencillo y certero de definir nuestra naturaleza.



Yo tiendo a enredarme con cualquier en discusiones bíblicas sobre los libros o las películas que hemos visto, porque a menudo no soy capaz de expresar con palabras qué es lo que falla (para mí) en este o en aquel personaje de esta novela o aquella cinta. En esos debates absurdos, no atino con el argumento que convenza a mi interlocutor de que el arte tiene que ser fiel a la naturaleza bipolar del ser humano. Para que un personaje sea creíble, opino que debe tener dobleces, aristas que nos susurren por qué se comporta cómo lo hace, para bien o para mal. No soporto a los malos malísimos de las novelas, y, por supuesto, no trago a los buenos buenísimos del cine. No se trata de recurrir (a pesar de la foto) al topicazo de Jekyll y Hyde, aunque por algo Stevenson sigue releyéndose con la misma pasión que hace dos siglos y pico. No es ficción, porque ocurre lo mismo con la vida real. Hoy, sin ir más lejos. Abres un diario y tienes que respirar hondo para acabar reconociendo que tú podrías ser, llegado el caso:



a) Rafa Nadal, para bien.


b) Josef Fritzl, para mal.


¿O no es así?

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