
«Lo que hace un hombre, lo puede hacer cualquier otro». Lamento no retener el nombre del autor de esta cita. Sé que lo leí en un artículo de Público. Y me pareció, entonces y ahora, un modo sencillo y certero de definir nuestra naturaleza.
Yo tiendo a enredarme con cualquier en discusiones bíblicas sobre los libros o las películas que hemos visto, porque a menudo no soy capaz de expresar con palabras qué es lo que falla (para mí) en este o en aquel personaje de esta novela o aquella cinta. En esos debates absurdos, no atino con el argumento que convenza a mi interlocutor de que el arte tiene que ser fiel a la naturaleza bipolar del ser humano. Para que un personaje sea creíble, opino que debe tener dobleces, aristas que nos susurren por qué se comporta cómo lo hace, para bien o para mal. No soporto a los malos malísimos de las novelas, y, por supuesto, no trago a los buenos buenísimos del cine. No se trata de recurrir (a pesar de la foto) al topicazo de Jekyll y Hyde, aunque por algo Stevenson sigue releyéndose con la misma pasión que hace dos siglos y pico. No es ficción, porque ocurre lo mismo con la vida real. Hoy, sin ir más lejos. Abres un diario y tienes que respirar hondo para acabar reconociendo que tú podrías ser, llegado el caso:
a) Rafa Nadal, para bien.
b) Josef Fritzl, para mal.
Yo tiendo a enredarme con cualquier en discusiones bíblicas sobre los libros o las películas que hemos visto, porque a menudo no soy capaz de expresar con palabras qué es lo que falla (para mí) en este o en aquel personaje de esta novela o aquella cinta. En esos debates absurdos, no atino con el argumento que convenza a mi interlocutor de que el arte tiene que ser fiel a la naturaleza bipolar del ser humano. Para que un personaje sea creíble, opino que debe tener dobleces, aristas que nos susurren por qué se comporta cómo lo hace, para bien o para mal. No soporto a los malos malísimos de las novelas, y, por supuesto, no trago a los buenos buenísimos del cine. No se trata de recurrir (a pesar de la foto) al topicazo de Jekyll y Hyde, aunque por algo Stevenson sigue releyéndose con la misma pasión que hace dos siglos y pico. No es ficción, porque ocurre lo mismo con la vida real. Hoy, sin ir más lejos. Abres un diario y tienes que respirar hondo para acabar reconociendo que tú podrías ser, llegado el caso:
a) Rafa Nadal, para bien.
b) Josef Fritzl, para mal.
¿O no es así?
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