29 de junio de 2005

Rafael Sánchez Ferlosio: un Cervantes en rebeldía




Cada 23 de abril festejamos el Día del Libro. Ese día se celebra una lectura en voz alta y sin interrupciones del Quijote, organizada por el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Muchas personalidades participan en el acto, y desde que se instauró, es tradición que quien comience con el clásico «En un lugar de La Mancha…» sea el escritor galardonado con el Premio Cervantes de cada año.
Este año, precisamente este año, el “Año Quijote”, le tocaba a Rafael Sánchez Ferlosio. Y precisamente este año la tradición se ha quebrado. Ferlosio ha rechazado participar en el acto de lectura pública de la obra cervantina. Precisamente, Ferlosio: un escritor que se ha ganado a pulso la fama de polémico; que tiene mucho de quijotesco; uno de los pocos grandes intelectuales vivos que le quedan a España. Uno de los pocos nombres que se estudian en la escuela y que aún siguen dando guerra. Intelectual de inspiración cosmopolita y maneras de ermitaño, su figura contradictoria no deja indiferente a casi nadie. Ni siquiera a quienes que no lo leen.
Se dice que para retratar a un autor no hay nada mejor que dejar que quienes le conocen o le estudian hablen de él y de su obra. En otros casos, esas citas son recursos accesorios que le dan color a la semblanza del personaje. En el caso de Ferlosio, dada su aversión casi patológica a hablar de sí mismo, recurrir a los halagos o las críticas de terceros se convierte en una necesidad.
Mientras, Ferlosio calla; prefiere que hable su obra. O tal vez no, porque el propio autor tiende a minusvalorarse cada vez que se le pide que se defina. Habla de sí como de un exliterato, y de la novela que le aupó a la gloria literaria, El Jarama (1955), no tiene una opinión mejor: «pasan los años y no le encuentro razón de ser. Está muy cuidado el diálogo, eso sí, bien relamidito, pero no tiene nada aprovechable». Buena parte de culpa en su exilio literario la tuvo la fama desaforada que alcanzó con aquella novela. Premiada, aplaudida y estudiada hasta el detalle desde perspectivas diversas, su éxito fulminante arrastró a su autor hasta un sitio en el que sólo se sentía incómodo. Se habló de «novela magnetofón», por su carácter rigurosamente testimonial. Ferlosio cuenta que para escribirla fue recogiendo alocuciones del castellano hablado y luego se inventaba los diálogos para poder meter tales alocuciones. «Me importaba poco de lo que hablaban los personajes. No era objetivismo. Se trataba casi de una falsificación. Una novela tiene que salir de paisajes, de emociones, no de esta manera». Francisco Umbral, que ya obtuvo el Cervantes en 2000, habla así de esa obra: «Lo mejor que pasa en El Jarama es que no pasa nada. Esta novela fue una moda y hoy nadie la lee. El propio Ferlosio decía ayer que detesta ese libro. Quiso hacer una novela de un socialista que se baña en el Jarama, como los pobres, y le salió un ensayo erudito y un poco tedioso».
Ferlosio decidió entonces apartarse del ruido y dedicarse a escribir. Y abandonar, salvo excepciones contadas (Alfanhuí y otros cuentos, El testimonio de Yarfoz o El geco) la narrativa. Pero antes de la amarga experiencia de El Jarama, había iniciado su trayectoria con Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), que logró que la crítica empezara a poner sus ojos en ese joven que ya había publicado algún relato en revistas y cuya principal referencia era que se trataba del hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas. Para el escritor Luciano G. Egido, esa primera novela de Ferlosio «fue como un terremoto y un montón de interrogaciones. Era como ver ascender un cohete y verlo estallar en múltiples cabezas de gozo. Lo que más nos arrebataba era la lengua, desvinculada de vocabulario coloquial y de las fintas de grabadora. Una lengua libre y sonora, con densidad de antología».
Luego vino una larga temporada sin publicar, aunque Ferlosio continuó colaborando con la prensa a través de sus artículos, que él denomina pecios, en alusión a los pedazos de una nave que ha naufragado. Así entiende este escritor su obra ensayística: fragmentos dispersos que abarcan variados asuntos y que parecen haberse desprendido de su cuerpo argumental por mera inercia. Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, Campo de Marte, La homilía del ratón, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, El alma y la vergüenza, La hija de la guerra y la madre de la patria o Non olet han compuesto el grueso de su producción desde que se dedicó al pensamiento y abandonó la ficción. Obras que le han valido calificativos elogiosos, como los que le dedicó el Rey Don Juan Carlos en la entrega del Premio Cervantes: «maestro de la palabra y alquimista del lenguaje» y «una escritura de pureza y perfección clásicas»; pero que también le han supuesto los ataques de quienes ven en su escritura demasiada erudición, como el caso del crítico Santos Sanz Villanueva, que le acusa de manejar una «prosa culta, pero salpicada de frases hechas, y en ocasiones laberíntica», y de un «despectivo puntillismo, que ignora aquello de la viga en el ojo propio». Cree Sanz Villanueva que «ganaría Ferlosio si abandonara esa tendencia a ponerse estupendo».
El hecho es que, críticas a su prosa aparte, hay bastante de cierto en estas palabras del escritor Manuel de Lope: «con Ferlosio se prolonga la tradición del pesimismo español». En la estela del desencanto lúcido de los noventaiochistas, Ferlosio se ha dedicado, desde hace tiempo, a reseñar con desaliento los males de España, esos que los demás no sabemos ver; esos de los que incluso nos sentimos satisfechos. Porque la suya es una falsa expresión de serenidad, tras la que se esconde un espíritu de rebeldía contra casi todo lo establecido, lo políticamente correcto, contra la impostura y la galantería de salón. Ataques de un intelectual inadaptado, que se declara a sí mismo «anclado en el Antiguo Régimen» y que ha huido también de las modas literarias, espantado por el exceso de mercadotecnia y el afán de éxito inmediato y ciego. «No leo absolutamente nada de literatura. No conozco a los nuevos escritores, no sé de las nuevas corrientes. La literatura ya no me interesa», declaró ya hace algún tiempo.
Pero Ferlosio sigue ahí, observando con mirada escéptica cómo los acontecimientos suceden a su alrededor. Rebelándose contra el modo estándar de hacer las cosas y acogiendo con timidez y recelo los elogios y los galardones, las palmadas en la espalda. Como el Cervantes.

0 comentarios: