5 de octubre de 2010

Una rana en una cacerola

Quinn, protagonista de La última oportunidad, aprovecha un segundo de respiro en mitad de su huida hacia delante, cuando la mala suerte lo arrincona y por muchas prevenciones que tome todo acaba saliendo del revés. Sentado en un coche ajeno, le da por recordar una anécdota de la infancia. Un día en el que atrapó una rana silvestre y se le ocurrió meterla en la cacerola con algo de agua. Y al cabo de un rato puso la cacerola al fuego y se dispuso a observar la reacción de la rana:

"La rana seguía sentada en el agua, le miraba tranquilamente y no se movía. Y, poco a poco, fue aumentando la llama, y contempló cómo crecía y se volvía más azul y la rana seguía sentada en el agua caliente mirando hacia fuera, parpadeando y respirando, aunque sin moverse, hasta que una burbuja alcanzó la superficie del agua, y comprendió que la rana habría seguido allí sentada y mirando incluso después del momento en que ya no habría podido moverse por mucho que lo hubiera necesitado, y entonces apagó el fuego...
...Más tarde pensó que la rana de la cacerola era un buen ejemplo del modo como la gente deja que ciertas cosas a las que está acostumbrada duren muchísimo tiempo, sin darse cuenta de que son precisamente esas cosas a las que está habituada las que le están matando. Y ahora se preguntaba, sentado en el coche de Bernhardt, cuándo llegabas exactamente a ese punto y cómo te dabas cuenta de que estabas cerca de él, y en el caso, poco corriente, de que te dieras cuenta o intuyeras lo que iba a pasar, qué habías de hacer para no quemarte".

Hay quien necesita miles de páginas, una trama intrincada o un lenguaje barroco para articular la idea que da cuerda a su novela. Richard Ford es tan buen escritor que le basta con una breve historia fronteriza, donde el peso de la narración descansa sobre un puñado de perdedores, para desplegar esa reflexión sobre la capacidad que tenemos los hombres de intervenir en nuestro destino.
La peripecia de Quinn, incapaz de torcer el curso de unos acontecimientos que le conducen al despeñadero, pero consciente de que también él tuvo alguna vez en su mano rebelarse contra las circunstancias, sugiere que, como una rana en una cacerola, a veces no nos percatamos de que lo que pasa a nuestro alrededor nos va matando lentamente. Con suerte, caemos en la cuenta. Pero casi siempre demasiado tarde.

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