16 de febrero de 2010

Memoria


Un bosque quemado: hectáreas de terreno carbonizado y todavía humeante, algún tronco escuálido que se yergue como un pez que boquea fuera del agua. Así se imagina Roberto Brodsky el Alzheimer, la devastación de la memoria que sufre Moisés, el padre del narrador de Bosque quemado. Así, también, los estragos del exilio repetido que este médico chileno, judío y comunista, padece y arrastra por distintos países, con la resignación de quien soporta la losa que le tocó acarrear: sin demasiadas preguntas. Sólo una demanda latente a lo largo de décadas de transhumancia sin norte. La obligación implícita que asume su hijo de acompañarle allá donde va, de ser el centinela de su soledad y su terca paciencia. Padre e hijo viven y sufren la misma situación, pero parecen no compartir lo que acontece. Son satélites que se dan sombra y a veces calor pero que siguen rotando en sentidos opuestos, con la certeza de que nunca llegarán a tocarse.

"...por un buen tiempo algo definitivo sucedió alrededor nuestro, por un tiempo las cosas visibles dejaron de latir y el mundo fue una piedra que había que llevar escondida para que no se notara: los pájaros, las nubes, los libros del vecino y el vecino mismo desaparecieron de la experiencia sensible, como si tú mismo te golpearas los tímpanos con un golpe seco y brutal para no saber ni oir que aún había alguien respirando cerca"

Tal vez para que el ruido de fuera dejara de atronarle los oídos, el cerebro de Moisés cortocircuitó sus conexiones, echó una cerilla en mitad del bosque para arrasar todo y de esa forma dejar de sufrir. Se dice que quienes más padecen el Alzheimer son quienes cuidan al enfermo. En esta novela aluden al término con el que la psicología define al cuidador que se deja arrastrar al lado chamuscado: burn out, el síndrome del cuidador quemado, aquel que acaba dejándose engullir por el bosque calcinado de la desmemoria. ¿Cómo combatirlo? Roberto Brodsky se entrega aquí a la literatura como el paliativo en esa senda del olvido. Las palabras simplifican, allanan el camino, lo pavimentan con categorías. Modelan nuestro patrimonio personal y familiar y nos ponen de acuerdo en lo que conviene no olvidar. Son un mapa del tesoro, un GPS para salir con vida cuando el bosque empieza a arder.

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