8 de febrero de 2010

El material humano



He cogido una libreta y la he dejado en el regazo mientras comenzaba a leer El material humano. Pronto he empezado a seguir los pasos de Rodrigo Rey Rosa. Escribiendo con regodeo sucesivas notas con las que acompañar este pseudodiario del guatemalteco, plasmado en un puñado de cuadernos disparejos. Una novela definida en el prefacio del siguiente modo: "Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, esta es una obra de ficción". Rey Rosa pide así de antemano venia para desplegar un texto donde la anécdota personal y la crítica política se van construyendo alrededor de su investigación en los papeles del Archivo Policial de Guatemala, descubiertos en 2005 y en pleno proceso de inventariado.

Partiendo de la misma fórmula que Capote en A sangre fría, Rey Rosa arranca desde el estilo notarial su acercamiento a estos archivos que componen un fresco de los efectos que la violencia de Estado ha infligido sobre los guatemaltecos durante más de medio siglo. Caminamos con él sintiéndonos parte de su estupor al asomarnos a ese pasado convertido en miles de fichas descabaladas. Intuyendo, de su mano, que una vía útil para explicar lo rápida y eficaz, lo puntillosa que es la violencia a la hora de contaminarlo todo, es ir anotando jirones de la propia vida cotidiana, a medida que levanta, sólo un poco, la alfombra de las sospechas. El desmoronamiento de la confianza social se inicia en un detalle, en un hombre que recela de su vecino, en una mujer que no se atreve a volver sola a casa de madrugada porque sus ideas políticas pueden traerle problemas. Así se pudre un pueblo; así carcome la violencia, de a poco.

Todo ese compendio de mezquindades se encarna, se vuelve humano, en la figura de Benedicto Tun, funcionario policial que pone su sello en las fichas policiales y por el que enseguida comienza a interesarse Rey Rosa. Tun parece simbolizar la grisura del eficiente escriba que hace posible que el engranaje del mal siga moviéndose. Es alguien que no se cuestiona si su trabajo es bueno o malo, sino que opina que cualquiera está obligado a desempeñar la tarea que se le encomienda con toda su voluntad y diligencia.

El mecanismo del mal se nutre también de gente inocente. Es la lección que aprende y muestra Rey Rosa. Ni él mismo es capaz, por indolencia y puro miedo, de llevar a puerto la investigación iniciada. Se rinde antes de tiempo, intuyendo el peligro y negándose a poner en riesgo lo que tiene en virtud de la verdad y la justicia. Si Capote apostó lo real para que a partir de esas ruinas se levantara la literatura, El material humano es el contrapunto de A sangre fría: un fracaso total de lo literario a merced de la supervivencia de lo real. Una asunción de la propia debilidad, que acaba emparentando a autor y personajes en la complicidad del silencio. La terrible respuesta que su hija le arroja a Rey Rosa al final del libro, se convierte, finalmente, en la esencia de esta crónica de lo pútrido que es El material humano. Salvo contadas excepciones, lo heroico nos es ajeno. Por nuestro propio bien.

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