22 de noviembre de 2009

Público

En mitad del fragor de la Guerra del Fútbol, Manuel Vicent escribió un lamento agorero sobre la crisis de identidad de su periódico. Enredado en una pugna por los derechos televisivos del deporte más mediático, El País deslizó (y sigue haciéndolo) líneas editoriales muy contundentes en contra de la labor del Gobierno de Zapatero. Y Vicent, apelando a un supuesto espíritu común tanto en fondo como en formas, a un proyecto sociocultural y político, no ya sólo paralelo, sino casi hermanado, entre el socialismo de González y el ex Diario Independiente de la mañana, llamaba a cerrar filas en defensa de las esencias.

Viene esta arenga del escritor valenciano a la memoria ahora que Público, el otro actor en esta batalla, zozobra y decide hacer recortes en la redacción y prescindir de una de sus firmas fundadoras.

Frente a quienes alimentaban la teoría de que el surgimiento de Público y La Sexta respondía únicamente a una necesidad estratégica de contar con un grupo afín al Gobierno sin deudas o rémoras del pasado, algunos vimos en la salida a la calle de ese nuevo periódico un soplo de vitalidad, un intento de sintonizar con una nueva audiencia de izquierdas que, sin perder los referentes previos, apostaba también por dar otro giro. Una nueva voz, con cosas distintas que decir, argumentos y opiniones sin cabida en el resto de cabeceras, siempre es una buena noticia. Algunos incluso estuvimos más o menos cerca de subirnos a aquella singladura y formar parte activa de la cosa.

Pero pocos meses después el proyecto se diluye (crisis económica mediante, todo hay que decirlo) y se reavivan las voces que, aludiendo al perfil de herramienta del Régimen del diario de Roures, apuntaban a la falta de una verdadera base ideológica, una identidad y un estilo periodísticos que defender como las principales flaquezas de Público.

Las derivaciones posibles para atajar la crisis son poco halagüeñas. La opción que parecen estar escogiendo es aligerar el contenido ideológico y decantarse cada vez más por lo sensacional, nutrir las páginas con firmas conocidas y las oficinas con directivos experimentados y, se intuye, rebajar el perfil medio de la redacción. Menos experiencia en la base, menos costes.

El peligro que se avizora es doble: o el proyecto se viene a pique o el giro editorial acaba con el espíritu fundacional que animó su construcción. En cualquier caso, será una lástima. Una oportunidad perdida. Esperemos equivocarnos.

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