8 de septiembre de 2008

Los girasoles ciegos



Hay que apuntarlo rápido antes de que llegue la avalancha de premios y loas, los advenedizos que se arrojan a la piscina con los ojos cerrados. Los girasoles ciegos no es una buena película. Y no hace falta decir mucho más. No hace falta porque las películas son cosas cuya función básica es dejar sabores de boca. Buenos o malos. Una dicotomía algo simplista, pero eficaz. Una película puede estar cargada de errores, pero continuar funcionando como lo que es. Una película puede ser un desastre imperfecto, pero ser efectiva al fin y al cabo. 

No es el caso. E imagino que no ayuda el hecho de que sea una adaptación de una obra literaria que, por añadidura, está contorneada por la leyenda de un escritor casi inédito que muere antes de que todo el mundo descubra que ha publicado un libro genial y necesario. Podría decirse que es sencillo subirse al carro y fagocitar en beneficio propio no sólo el libro sino sobre todo esa leyenda. Y engordar la gallina. Tampoco es el caso. La honradez artística de Cuerda como autor es algo a prueba de bombas. Y no digamos de Azcona, que firma su último guión en esta cinta. Tanto el aliento tierno y valiente del director albaceteño como la sabiduría y el humor del guionista animan, a priori, a zambullirse en una película que prometía. También sus intérpretes, soberbios en otras ocasiones, pero demasiado forzados, encorsetados, aquí.

Leo que la película buscaba el maniqueísmo que destila mucho de su metraje. Pues yo creo que no le sienta nada bien. Así como otras veces (sin ir más lejos, en La lengua de las mariposas, de la dupla Cuerda-Azcona) uno descubría la complicidad que le ligaba a los vencidos de la guerra, a la humillación que padecen con entereza y dignidad, en Los girasoles ciegos esa rosca está pasada. Hay vencidos y humillados, y hay dignidad en la derrota y desesperación y miedo y rabia contenida. Pero eso se desvanece cuando en los ojos de los vencedores no percibes la huella que la vileza debe dejar tras de sí. Cuando alguien se deja llevar por el macabro guión de la victoria y humilla a sus víctimas, algo prende en su espíritu. El uso del mal no sale gratis. No hablo de tribunales de guerra, sino del propio juicio que la conciencia de cada cual impone sobre nuestros actos. Y no veo nada de eso en el diácono perverso y acosador, ni en los falangistas que irrumpen en mitad de la noche para intimidar a esa familia. Veo un cómic: una de villanos e indefensas víctimas, con algún que otro giro costumbrista que desentona del clima general de la historia. Echo de menos ironía, contradicciones. Humanidad.

Iba absolutamente predispuesto a dejarme encandilar por esta película. He hecho un esfuerzo por entregarme a ella sin condiciones. Pero no me ha gustado. Sigo buscando porqués.

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