26 de octubre de 2007

El profesor

Me pasa poco, pero hay ocasiones en que un rasgo físico concreto de una persona se me enquista en la retina desde el primer vistazo y define, para mí, y para siempre, lo que aquél es. Los ojos del profesor me llamaron la atención nada más cruzarme con ellos. Pequeños, muy claros, resguardados tras los cristales limpios de las gafas. Aquellos ojos se resistían al paso del tiempo. Aquellos ojos seguían mirando las cosas con la misma curiosidad con que empezaron a mirarlas hace muchas décadas. Aquellos ojos eran el pliegue que descubre al impostor bajo el disfraz. Porque todo en el profesor, salvo aquellos ojos, ofrecía la apariencia de un señor mayor, un jubilado de los de banco de parque, migas a las palomas, dominó y ABC. Muy al contrario, el viejo profesor conservaba el espíritu del adolescente inquieto, atento a cada detalle, preocupado por cada novedad que el vasto horizonte de la cultura le ofrecía. Aunque la voz rasgada por tantos años de charla le obligaba a usar un micrófono de corbata que sostenía con dos dedos a un palmo de la boca, no era capaz de permanecer sentado en la mesa del aula. Paseaba de un lado al otro, tosiendo de vez en cuando y recitando la lección como una letanía. Así, las más veces. Luego, en algun lapso extraordinario, dejaba los papeles sobre la mesa y se entregaba a la tarea de hacer memoria de sus andazas. Yo me retrepaba en el asiento, descansaba la mano de tomar apuntes, y me disponía a aprender, esta vez de verdad. El viejo profesor contaba anécdotas de sus entrevistas audaces con personajes de la cultura; de cómo sedujo a golpe de libro al Nobel cascarrabias cuando aún no era Nobel pero sí cascarrabias. De cómo se coló en el velatorio de Azorín por pura curiosidad mitómana. Era el momento en el que se metía en el bolsillo a la platea de alumnos, con su labia indomable; la misma labia con la lograba trabar conversación con todos aquellos a quienes entrevistó.
Estos días saca libro, e indagando sobre él descubro que el viejo profesor sigue igual de atento a lo que se mueve. El tipo que en el 2005 seguía consagrando sus clases a unas viejas cartulinas manuscritas, se ha convertido ahora en un moderno blogger. Yo leo con delicia sus post, paladeándolos despacio, nutriéndome de su sabiduría, de su particular realismo mágico.
El sitio en cuestión se llama "Mi siglo", un nuevo guiño travieso del profesor, que juega con el pretérito, con los recuerdos, como si este siglo, el XXI, el nuestro, no fuese ya cosa suya. Bien sabe él, en el fondo, que el tiempo es de quien se le anticipa.

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