Como si no hubiera sido la propia acción humana la que arrastró a ese puñado de hombres a bregar cada día en el fondo de la mina. Como si no fuéramos todos un poquito responsables de que hoy mismo otros miles se vean obligados a trabajar en condiciones similares, o mucho peores.
Cuando el último de los treintaytrés asome la cabeza y podamos aplaudir embobados, y cuando se ralentice el diapasón mediático después de devorar sus biografías y exponerlos a todos los focos, tal vez ellos puedan recuperar su vida. Tal vez sea el tiempo de fruncir el ceño y preguntarse a quién favorecen estos folletines tuiteados al segundo. Yo cada vez que veo al tal Piñera sonreír al pie de la mina y vocear grandilocuencias me echo a temblar.
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