13 de octubre de 2010

Odisea

Un rescate demorado a cuentagotas pone fin al salvamento de los mineros de Copiapó. Uno a uno, van regresando a la luz tras tantos días muertos de asco a cientos de metros bajo tierra. Así culmina el primer capítulo de una epopeya a la que el mundo asiste como hambriento de odiseas contemporáneas, cuentos con un final feliz para susurrar a los niños antes de dormir. Una palmadita en la espalda de la humanidad, que se convence a sí misma de que el progreso deviene en milagros inevitablemente.

Como si no hubiera sido la propia acción humana la que arrastró a ese puñado de hombres a bregar cada día en el fondo de la mina. Como si no fuéramos todos un poquito responsables de que hoy mismo otros miles se vean obligados a trabajar en condiciones similares, o mucho peores.

Cuando el último de los treintaytrés asome la cabeza y podamos aplaudir embobados, y cuando se ralentice el diapasón mediático después de devorar sus biografías y exponerlos a todos los focos, tal vez ellos puedan recuperar su vida. Tal vez sea el tiempo de fruncir el ceño y preguntarse a quién favorecen estos folletines tuiteados al segundo. Yo cada vez que veo al tal Piñera sonreír al pie de la mina y vocear grandilocuencias me echo a temblar.

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