15 de abril de 2010

Traidores



Anatomía de un instante, en diez pasos:

1) Terminé este libro en la mañana del 14 de abril. Tal vez sea el día apropiado para dar cuenta de su lectura. El día de la República, y en mitad del fragor revisionista que atizan quienes le buscan las cosquillas a Garzón y de la reacción airada de aquellos que se levantan en su defensa, quizás valga la pena recordar que el incidente del 23 de febrero de 1981 sirvió para sellar del todo la demolición controlada del régimen franquista, en un esfuerzo, quizás no tan compartido como nos queremos contar a nosotros mismos.

2) Anatomía de un instante me ha recordado a El material humano. Ambos son el testimonio crudo de un intento fracasado: el de levantar una novela a partir de los hechos reales. La Historia no es otra cosa que un relato, pergeñado entre todos, perpetuamente querellado, siempre puesto en cuestión. Una novela escrita a infinitas manos.

3) De ahí que no pueda, ni deba, trocearse la Historia. De ahí que, tanto para hablar de Garzón como para hablar de Suárez, haya que leer el libro, el de la Historia, desde el principio hasta el final. Escribe Cercas: "Segmentar la historia es realizar un ejercicio arbitrario, en rigor, es imposible precisar el origen exacto de un acontecimiento histórico, igual que es imposible precisar su exacto final: todo acontecimiento tiene su origen en un acontecimiento anterior, y este en otro anterior, y este en otro anterior, y así hasta el infinito, porque la historia es como la materia y en ella nada se crea ni se destruye: sólo se transforma".

4) Apresurémonos a decir, por tanto, que la Historia a veces se amasa gracias a los "héroes de la retirada", como los bautizó Enzensberger, y como sostiene este fascinante relato del autor de Soldados de Salamina. Gorvachov, el polaco Wojciech Jaruzelski, el húngaro Janos Kadar y, finalmente, Suárez, eran para el ensayista germano líderes que dedicaron sus esfuerzos a socavar el sistema en el que medraron hasta llegar a la cúpula. Y, desde allí, desde lo más alto, iniciar su derrumbe.

5) Por eso, porque para ser héroes primero fueron traidores, la historia tarda en honrarles. O no lo hace nunca. Cito a Cercas: "suponiendo que podamos de veras admirar a los héroes y no nos incomoden o nos ofendan disminuyéndonos con las enfáticas anomalías de sus actos, quizá no podamos admirar a los héroes de la retirada, o no plenamente, y por eso no queremos que vuelvan a gobernarnos una vez concluida su tarea: porque sospechamos que en ella han sacrificado su honor y su conciencia, y porque tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición".

6) Carrillo, Gutiérrez Mellado, Suárez. Fueron los únicos que no se escondieron bajo su escaño aquella tarde, "mientras las balas zumbaban a su alrededor". Y los tres, reflexiona Cercas, no era otra cosa sino traidores. Carrillo, que doblegó sus postulados comunistas y revolucionarios para adaptarse al nuevo régimen. Gutiérrez Mellado, que revocó todo su prestigio de militar franquista y sensato, de combatiente rebelde en la guerra, para descabezar por acción u omisión a un ejército atrabiliario y naftalino. Y, por último, Suárez, el arribista, el chisgarabís superficial y ambicioso, que escaló peldaño a peldaño por el aparato del Movimiento, convenciendo a unos y a otros de que era de los suyos para a la hora de la verdad no ser de nadie más que de sí mismo, fiel a su intuición "de político puro".

7) El recuerdo que yo tengo de Suárez es un cartel electoral de fondo blanco y letras verdes. Lo más probable es que se tratase del cartel de las elecciones de 1989. Para mí Suárez era algo parecido al Atlético de Madrid: un secundario pintón pero prescindible en un campeonato que no acababa de entender pero del que ya llevaba los colores. Una bruma densa pero pasajera.

8) Veo a Punset (que militó con Suárez, por cierto) asombrarse de que siga utilizándose el testimonio de los testigos como prueba irrefutable ante un tribunal, cuando la memoria siempre tiende a engañar. Algo similar me ocurre con Suárez y el Rey. Tengo la insólita sensación de que el Rey es mayor que Suárez, cuando en realidad este último nació en 1932 mientras que el monarca lo hizo en el 38. Supongo que esto se explica por la desigual exposición mediática de uno y otro. El icono Suárez se quedó encerrado en aquél cartel de CDS. El icono Rey sigue saliendo en El Jueves, en Hola, en ABC.

9) No existen los mitos. Siempre son maleables. Siempre están sujetos al escrutinio ajeno, a la degradación. Sólo la literatura los dignifica un poco, como un alivio. Comparo a Suárez (al Suárez que pinta Cercas) y a Zapatero. Veo su soledad, su aislamiento, su audacia suicida, su falta de respeto a propios y a extraños, su extravío, su capacidad para cabrear a casi todos, para entusiasmar primero pero acabar irremisiblemente defraudando, su fulgurante ascenso y su caída en la mediocridad; su proverbial arribismo, su desprecio por las fórmulas de ascenso social reinantes, su ambición desmedida. De nuevo, políticos puros. Sólo el tiempo, y tal vez la literatura, puede redimirles.

10) No tengo el criterio suficiente para sentenciar con argumentos las virtudes de Cercas. Pero valoro su búsqueda del aliento épico que late tras ciertos gestos, su convicción irredenta de que la manera en la que entendemos y cosemos el mito de nuestros héroes nos retrata. Porque a menudo los héroes son hitos coyunturales, estrellas fugaces, peleles necesarios. Mártires sin gloria. Traidores.

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