11 de marzo de 2010

Duelo


Negación y aislamiento. Ira. Pacto o negociación. Depresión. Aceptación. Son las cinco etapas del duelo. Duran lo que cada sujeto necesite que duren en función de sus propias circunstancias. Madrid, como sujeto social, se toca todavía las cicatrices con la esperanza de que, reconociéndose en ellas, logre por fin aceptar lo que ocurrió aquella mañana de jueves en que todo pareció saltar por los aires y nos miramos incrédulos, con poco o nada que decirnos, impotentes y silenciosos. Cómo han podido hacernos esto. Cumpliendo, fielmente, con la primera fase: la negación, el aislamiento.

Luego, con el transcurso de las horas, el desconcierto se fue aglutinando, las preguntas engordaban y se multiplicaban y, ante la ausencia de respuestas, crecía también la ira. Millones de mensajes de texto. La noche de los móviles. Tomar la calle. Pásalo. Segunda etapa.

Durante los meses posteriores, un combate a tumba abierta para tratar de dar cuerpo a los castillos en el aire: allí donde debía residir, enclaustrada, la teoría de la conspiración. Fuimos propinándonos dentelladas hasta dejarnos la piel en carne viva. Fue nuestra forma, tan cainita, de pactar y negociar. No supimos hacerlo de otro modo. Tercera etapa.

Tengo la impresión de que vivimos el alumbramiento de la cuarta etapa. Mientras repaso los homenajes cívicos, los tributos políticos, quiero percibir un aire de hundimiento. Lejos quedan el schock, la duda, la sangre hirviendo, las trincheras. Hoy el esfuerzo se empeña en no olvidar, en recordarnos a todos que aún nos quedan lágrimas, que la herida duele todavía. Depresión.

Queda tiempo aún para que llegue el día en que podamos decir que lo hemos aceptado. El final del duelo, sin embargo, no implica el olvido. Es de agradecer que alguien, como los investigadores del CSIC, se haya preocupado durante estos años de inventariar y estudiar el archivo del duelo. No habrá mejor modo de explicarle a nuestros nietos lo que Madrid sintió aquellos días. Porque esos 70.000 objetos guardan la verdad de lo espontáneo, la legitimidad de lo anónimo.

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