2 de marzo de 2010

Lo real

De niño, elevaba la vista hacia las estanterías donde descansaban abigarrados los libros de mi familia. Parecía un mundo vetado: millones de palabras enredándose, bailando la danza infinita de los significados, dialogando en un lenguaje que daba miedo porque resultaba ajeno. Todos los libros parecían el mismo, todos ellos eran igualmente incomprensibles.

Pero pronto empezó a enfocarse la percepción de aquella amalgama. Comencé a distinguir entre los ensayos sesudos, los clásicos de la filosofía, la política y el mundo antiguo, que constituían la aportación de mi padre a aquella biblioteca, y las novelas y poemarios que pertenecían a mi madre. La grieta entre aquellos dos mundos, el de las ideas y el de las historias, el de lo real y lo ideal, fue expandiéndose a mis ojos.

Me decanté por el segundo. Desde entonces, se ha mantenido mi predilección por la novela, en una querencia que atribuyo a una necesidad de escapar de la realidad, o al menos de caminar por una vía paralela desde la que puedan avizorarse las cosas que pasan sin sufrir el tufo que desprende lo podrido.

Pero esa tendencia empieza a estancarse. Influido por la edad, las sugerencias o las obligaciones, últimamente me alejo de la narrativa para buscar, cada vez con mayor frecuencia, ensayos y obras académicas. Como una manera, intuyo, de aferrarme al suelo que piso en un momento en que domina la sensación de que cada día que pasa uno es más ignorante sobre lo que sucede a su alrededor. Sobre cómo funciona el mundo y cómo nos movemos nosotros sobre él.

Quizá por todo ello, con el fin de evitar el pesimismo, para curarnos un poco del mal de la realidad, a veces hay que regresar a las novelas, como quien abre las ventanas y ventila. Aunque a los cinco minutos vuelvas a cerrarlas.

3 comentarios:

Dadan Narval dijo...

Querido amigo,
Te leo y no puedo dejar de hacerte dos comentarios. El primero, sobre la constelación de libros. Es cierto lo que dices, y nos sucedió a todos los que convivíamos con libros. Además, a uno le abordaba la sensación de que jamás podría hacerse cargo de esos volúmenes de cientos y cientos de páginas. Pero, igualmente ahí han quedado esos títulos con los que tienes la sensación de que has crecido, libros "con rostro y ojos", de tantos haberlos visto en las baldas de nuestros padres.
En cuanto a lo que comentas del ensayo y la novela... es curioso, yo creo que en la misma búsqueda de lo real, he hecho el viaje contrario: del ensayo a la novela. Cada día estoy más convencido de que "lo real" -por usar tu terminología- no se explica, sino que se expresa.
Un abrazo fuerte de un lector.

A.Mora dijo...

De eso se trata: de que, a pesar de que el tiempo, las canas (que no tengo) y las entradas (que sín van surgiendo) le vayan invitando a uno a decantarse por el ensayo, todavía sigo encontrando en las novelas que leo cosas que me explican como soy yo y el mundo que me rodea.
Y no me pienso perder esa sensación.

Me honra tu comentario; más cuanto, como sabrás, soy un fan fervoroso de Diarios de Fútbol. Saludos

Dadan Narval dijo...

El honor es mío, por leer este tipo de cosas. Sí, sé que te gusta DDF, gracias, por cierto, por las referencias que nos has hecho.
Ah... y... ¡ánimo hoy, eh?!
Un abrazo,