24 de julio de 2008

El ciclismo



Nunca he sabido explicar a quien me pidió argumentos mi afición por el ciclismo. En España serpentea de toda la vida la muletilla de que las mejores siestas las genera el runrún del televisor emitiendo, en sordina, una etapa de la Grande Boucle.

No lo niego: hay algo de morboso regocijo en el contraste entre el esfuerzo sobrehumano de los ciclistas pedaleando por esas carreteras empinadas y tú, recostado en el sofá con el ventilador a toda mecha y dejándote vencer por la modorra. Confieso que me he dormido muchas veces en esas sobremesas del Tour, la Vuelta o el Giro. Pero declaro con un deje de orgullo que también he desestimado muchas siestas sabrosas de adolescencia disfrutando con los demarrajes de Chiapucci, con la superioridad inmensa de Induráin, con Jalabert, Rominger, Bugno, Olano. E incluso con Virenque; que siempre hace falta un villano.

Luego, después del 98, este deporte que siempre simbolizó como ningún otro lo heroico, entró en barrena. La mentira, la trampa y la droga se instalaron en su seno y aprendimos, a nuestro pesar, a ser escépticos. A arquear la ceja tras cada triunfo, tras cada exhibición porque la sombra del dopaje se extendió sobre todos los que se imponían.

Dos casos dolieron de manera especial: Marco Pantani y Chaba Jiménez. Dos escaladores geniales, todo corazón, pero emocionalmente quebradizos. Tanto, que acabaron pagando con su propia vida esa tendencia al lado oscuro. Cabe decir que al Chaba nunca se le vinculó directamente al dopaje, mientras que el italiano fue descalificado del Giro del 99 por EPO (aunque no se llegó a confirmar) y murió por una sobredosis de cocaina. Pero el declive de estas dos estrellas fugaces terminó de hundir al ciclismo. También mi apego por este deporte se marchitó. Ni la rotunda superioridad de Armstrong en los últimos años, con Beloki casi siempre a rueda, ni la victoria de Pereiro en 2006 tras el positivo de Floyd Landis que el Tour le entregó a regañadientes lograron engancharme de nuevo.

El año pasado, Contador volvió a ilusionarme, aunque su triunfo también estuviera manchado por la expulsión de Rasmussen. Justo cuando parecía que regresaba el gran ciclismo, los franceses le negaron la participación en la ronda al Astaná, el equipo del campeón vigente. Con Contador en casa, he deshechado de nuevo pegarme a la tele este mes de julio. Ayer me perdí la etapa reina. Y menuda etapa. Carlos Sastre, un Poulidor abulense, vecino de El Barraco, cuñado del Chaba, veterano y perseverante, dio una lección. Se marchó en Alpe d'Huez del grupo de los fuertes, venció en la mítica cumbre y se vistió de amarillo cuando nadie lo esperaba. Demostró que un tipo de 33 años también puede conservar fuerzas y ambición, y sumar a esas dos cualidades las virtudes que da la experiencia. Supo atacar en el momento preciso. Y lo más importante: levantó la moral de un deporte sobre el que vuelve a planear la sospecha. El sábado haré lo posible por sentarme a ver, sacrificando la siesta, cómo defiende el maillot amarillo en la contrarreloj definitiva. Gane o pierda, será un grande. Pero el ciclismo le debe una.
PD: Actualización a 28 de julio: Y ganó. Enhorabuena.

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