2 de enero de 2008

Weeds

Indago y resulta que Cuatro ya estrenó en verano esta serie. No sigo la programación televisiva, aunque sí me descargo un buen puñado de series yanquis que me llaman la atención y cuyos episodios degluto de un modo contradictorio: con ansia bulímica (de dos en dos, de cuatro en cuatro), pero con deleite, paladeando a veces. Casi todas, desde Prison Break hasta Dexter, desde Mentes Criminales hasta House, me parecen productos sólidos, resistentes a los vaivenes, bien rodados, con tramas originales y actuaciones creíbles. Pero siempre hay alguna predilección que despunta. Esa fue A dos metros bajo tierra. Esa fue Los Soprano. Esa es ahora Weeds; serie que emite Showtime y que me flipa.

Agrestic, enclave de la trama, es una ciudad suburbial, de cartón piedra, con barrios cuadriculados y familias arquetípicas, una vuelta de tuerca para la Wisteria Lane de Mujeres Desesperadas, donde todo el mundo trata de aparentar lo que no es ante sus vecinos, mientras empuja bajo la alfombra sus miserias particulares. Hasta ahí, muy parecida a las desventuras de Longoria, Huffman y cía. Pero Weeds me parece mucho más. Más divertida, más retorcida, más políticamente incorrecta, más brillante en sus diálogos, más austera.

El argumento es delirante: mujer que enviuda en barrio residencial repijo, y que se impone no perder su estatus y mantener a sus dos hijos, un adolescente respondón y un chaval de diez años con problemas comunicativos pero con un ingenio descomunal (apunte: es el mejor personaje infantil que he visto en mi vida). Para ello, escoge una salida fácil, pero muy compleja: se hace traficante de marihuana; primero a pequeña escala, y, más adelante, ampliando el negocio y constituyendo un singular equipo de "narcos" bajo sus órdenes.

Personajes desequilibrados, oprimidos por la dictadura de las apariencias, que buscan, como lo hacemos todos, sus particulares válvulas de escape. El niño, grabando videos raros con una mini-DV. El adolescente, enamorándose de una chica sorda. La madre, bebiendo batidos sin parar. La asistenta, leyendo revistas de cotilleo. La amiga, que padece cáncer, presentándose a concejala. El contable, fumando marihuana y consumiendo pornografía. La traficante negra, haciendo calceta y liándose con un predicador mahometano.

Un aguafuerte de nuestra sociedad que es ratos tragicómico, delicioso, obsceno, excesivo, audaz, iconoclasta. Un feliz descubrimiento. Se me acaban los adjetivos. Síguela, lector improbable.

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