
Martin Luther King pasó a la historia gracias, en parte, a aquella sentencia pronunciada en un discurso ante miles de fieles: «I have a dream». Aquella arenga dibujaba un ideal de hermanamiento entre los hombres, lejos de razas y de pasaportes, del que el vestuario del Madrid es una antítesis palmaria. El hombre libre, hecho a sí mismo, que es Florentino, también proclamó hace seis años su particular «I have a dream». Soñó en voz alta con ser el promotor de un equipo que reuniese a los más grandes y aclamados futbolistas del momento. Soñó con una plantilla sin defensas, todo arietes. Soñó con un club sin molestos cuerpos técnicos, ni rigideces tácticas, sólo dioses en pantalón; sólo brillo, y millones de flashes. Ahora, demasiado tarde, cuando los flashes empiezan a olvidarse de él porque es ley de vida, quizás haya tomado conciencia de sus errores. Soñar es humano. Equivocarse, por supuesto, también. El resultado del sueño de Florentino se asemeja a esa puerta cerrada de la imagen que preside este comentario. Cerrado. Portazo y a otra cosa.
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