25 de enero de 2006

Woody Allen contra los sabihondos


Una revista cuyo origen no recuerdo con certeza acaba de proclamar a Homer Simpson como el filósofo más relevante de la última década. No le falta razón. A menudo hay más sabiduría en una frase fugaz lanzada por un dibujo animado que en un sesudo estudio de tapas duras. Esa es una rara cualidad de la sabiduría: nos atañe a todos y es caprichosa; surge donde se le antoja y reparte humildad entre los sabihondos, aquellos que se creen sus dueños exclusivos.
Porque los sabihondos son de natural receloso. Recelan de Homer Simpson, del bolero, del fútbol o de la tortilla de patata. Recelan porque opinan que la naturalidad y la risa son malas compañeras del conocimiento. Recelan porque no saben lo que es la ironía, que consiste esencialmente en saber reírse de uno mismo.
Los sabihondos, por supuesto, recelan de Woody Allen. Los sabihondos te cuentan que el cineasta neoyorquino está acabado, que hace décadas que viene entregando la misma película cada año; matizada, acaso, pero grotescamente repetitiva. De hecho, los sabihondos ni siquiera han ido a ver Match Point, el último trabajo de Allen, porque opinan que el director ya ha perdido la capacidad de sorpresa. Y los sabihondos vuelven a equivocarse, claro.
La cinta empieza con un primer plano de una pelota de tenis que vuela de un lado a otro de la pantalla. Una voz en off anuncia que el azar es dueño de nuestros destinos y que nuestro porvenir depende muchas veces de en qué lado de la cancha cae la dichosa pelota. En pleno vuelo, la bola y la red se encuentran y la pelota queda suspendida en el aire; la imagen congelada. No sabemos de qué lado caerá.
Match Point es la historia de Chris, un tenista irlandés de segunda fila, retirado, que accede a un puesto de profesor de tenis en un club elitista de Londres. Allí entra en contacto con una joven y con su hermano, ambos de buena familia, a quienes da clases. Chris se enamora de la joven, o más bien la joven se enamora de él. Todo sucede muy rápido y, casi antes de que se dé cuenta, está prometido con ella. Tras el matrimonio, Chris pasa a formar parte de la empresa familiar. El ascenso social con el que siempre había fantaseado se ha llevado por fin a cabo. Pero la atracción que Chris siente por la novia de su cuñado, Nola (interpretada por Scarlet Johansson) trastoca la posición apacible que ha logrado alcanzar. Una situación que enturbiará las cosas, y que desembocará en un crimen.
Allen no oculta que Match Point es una interpretación muy libre de Crimen y Castigo, de Dostoievski, con la que tiene en común el tratamiento de temas como la culpa, el azar y la presión de conveniencias sociales. De hecho, el protagonista de la película lee a Dostoievski en la soledad de su cuarto, como buscando en los libros del ruso un camino a seguir para eludir sus frustraciones.
La sentencia inicial de Match Point dictaba que el ser humano está sujeto a las leyes del azar. Pero, en un nuevo quiebro de ironía, el desenlace brutal de la trama también sugiere que aunque estamos sometidos a las contingencias del destino, también el hombre puede, con sus actos, torcer el devenir de su vida. El hombre elige. Y la mayoría de las veces elige mal. Eso es lo cómico. Y también lo dramático. Ese es Woody Allen: drama y comedia a partes iguales. Casi toda la obra del neoyorquino está recorrida por la sospecha de que la vida tiene un lado que da risa y otro que hace llorar y que no es preciso comerse demasiado el coco con verdades intermedias. Aunque Allen sabe perfectamente que el ser humano sólo es capaz de seguir vivo a base de contentarse con esas verdades intermedias. Somos así de contradictorios. Somos carne de psicoanalista. Bien lo sabe él.

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Publicado en el número 39 de La Torre

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