1 de julio de 2005

Yonquis

Cuando el tren pasa por debajo del puente camino de Madrid, a la izquierda queda un cuartel del Éjército y a la derecha un poblado chabolista por el que deambulan yonquis alucinados y astrosos. Hay también una pasarela peatonal, una filigrana de barras de aluminio que comunica ambos lados. No la usa nadie, porque los yonquis no tienen ni fuerzas ni ánimo para ello, y prefieren cruzar por encima de las vías esquivando los trenes como toreros marginales. Hoy me he fijado: en la base de la pasarela, del lado del cuartel militar, alguien ha colocado varios racimos de flores de plástico. Supongo que recuerdan a los caídos; no a los soldados, sino a los yonquis muertos en acto de servicio. De un mal viaje, digo. El último viaje. Supongo también que este homenaje será cosa de sus compañeros yonquis. Un recuerdo a los que pasaron a mejor vida. No lo tengo tan claro. Tal vez esos cuerpos famélicos que se atisban entre los escombros y la basura de las chabolas sean los verdaderos cadáveres; tal vez los que se han ido al otro barrio descansan por fin. Tal vez se rehabilitaron. Jubilación anticipada.

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