25 de mayo de 2010

Lost

Ahora, abre otro libro. Ahora que terminaste este, el sentimiento de orfandad sólo se mitiga acudiendo a un sucedáneo mientras esperas la llegada de un sustituto definitivo. Un candidato.
Supongo que va a ser difícil. Seis años leyendo la misma aventura imprimen una rutina sentimental arduamente aplacable.
Hay hitos generacionales que uno tiene la obligación de pisar, aunque sólo sea para alimentar un orgullo íntimo. Yo estuve allí. Yo ví a España ganar la Eurocopa. Yo ví la llegada del hombre a la luna. Yo viví un 11-M y contemplé cómo un negro con nombre oriental se erigía líder de Occidente.
Al final, ese es el motivo por el que nos hicimos periodistas: es el único oficio que te pone a tiro la posibilidad de vivir todos esos acontecimientos con la ilusión de que casi puedes rozarlos. Sólo el tiempo será capaz de revelar la verdadera influencia de este fenómeno, más allá del impacto coyuntural que ha propiciado durante este lustro largo. Sólo el tiempo dará las respuestas que tal vez nunca nos preguntamos pero que son tan pertinentes como todas las incognitas sin despejar que han quedado y que tanto ingenuo exige pataleando.
Si dentro de unas décadas recurrimos a alguna metáfora vinculada a la serie, como el Jekyl y Hyde, si para aludir a un momento de extravío o incredulidad nos referimos a Perdidos, o al destino de algunos de sus personajes, podremos decir que este fenómeno ya ha calado en el imaginario colectivo.

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