7 de diciembre de 2009

Chapter 27



"Por haber matado a un señor tan grande, el hombre de la cadena les parece también en cierta medida grande, como si el crimen le hiciera acceder a un mundo superior"

R. Kapuscinski, El Sha o la desmesura del poder


Pasar a la historia es bastante más sencillo de lo que pudiera parecer en un juicio apresurado. Hay, por supuesto, una Historia con mayúsculas, que protagonizan sólo un puñado de nombres; aquellos cuyos actos, deliberados o no, deciden el destino de miles, millones de hombres.

Pero por debajo del once titular de la Historia merodean los suplentes, que se ganaron un hueco en esa casta elástica que puede estirarse o encogerse a conveniencia. Tipos que un buen día se propusieron hacer algo que dejase huella. Tipos que tal vez nunca tuvieron esa ambición, pero encontraron al destino esperándoles tras una esquina.

Luego hay otra categoría: quienes prorrumpieron deliberadamente en el salón de la fama, la mayor parte de ellos blandiendo un rifle, pero nunca lo hicieron con el propósito acabar indexado en la Wikipedia. Sólo pasaban una mala temporada. Uno de ellos pudiera ser Mark Chapman. Días antes de que matase a John Lennon a la salida del Dakota, se desplazó a Nueva York, quien sabe con qué demonios rondándole. Y, por lo que cuentan las crónicas, pasó varios días merodeando el hotel en el que residía el Beatle, en busca de un autógrafo en el que iría impreso una especie de mandala; la clave que abriera la puerta a los misterios del mundo, apenas sugeridos, codificados, en The Catcher in the Rye.

Ayer ví Chapter 27. Un intento algo grueso de acercarse al desconcierto que gobernó a Chapman en esas horas previas al asesinato de Lennon. Mañana se cumplirán 29 años desde aquellos cuatro disparos por la espalda que privaron al mundo de un músico genial y le donaron un mito para la Historia, esta vez sí, con mayúsculas. En la cita apuntada más arriba, Kapuscinski aludía a la admiración con la que los campesinos de un poblado persa miraban al asesino del Sha mientras éste era conducido a la capital para ser ejecutado. Chapman no sufrió la pena máxima, sigue en prisión a la espera de que se revise su caso el año próximo, mientras Yoko Ono continúa peleando un hipotético indulto. Así, con el paso de las generaciones la grandeza del magnicida se diluye, enfangada en el lodo de la cultura de masas. Forjando la paradoja de que, aunque las figuras de la celebridad y su asesino se equilibren, el crimen se muda de la enciclopedia al pastiche.

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