22 de agosto de 2008

Escribirlo

Quiero creer que lo que distingue a los escritores (o quienes aspiran a serlo) del resto son cosas como estas. Sucede una catástrofe, un acontecimiento extraordinario, gravísimo. La mayoría se agarra a lo manido: el desgarro, el llanto, la anécdota cruel, la casualidad morbosa. Surgen héroes, brotan historias, ves en cuatro telediarios distintos a los mismos personajes enfrentados sin haberlo deseado al ojo público, exhibidos impúdicamente como el corolario de la tragedia. Hay imágenes potentes, historias que sin duda enriquecen. Es la vida. Pero eso aún no es literatura.

Literatura no es ni siquiera cuando un autor (consagrado, las más veces) se sube a la ola del desastre vampirizando el sentimiento colectivo de desconcierto para parir una novela. Literatura es cuando alguien coge un lápiz porque sabe que no le queda más remedio. Y escribe porque no puede hacer otra cosa. Y va dejando atrás un párrafo, y luego otro, como quien despedaza una cebolla y se va sacudiendo los fantasmas de encima, uno a uno, mirándoles de frente. Hoy, ayer, anteayer, habrá alguien sentado en su escritorio, o en el banco de un parque con la libreta sobre las rodillas, ajeno a todo, escribiendo, ayudándose y, de paso, ayudándonos a todos, a deglutir la tragedia, a vivir con ello, a enseñarnos que todo lo que ocurre, dentro de nosotros y a nuestro alrededor, construye lo que somos.

1 comentarios:

j.julio dijo...

Has conseguido reunir la actualidad del acontecimiento con la reflexión que él suscita. ¡En horabuena!. La vida es la que trae siempre los temas
Un saludo, como siempre, desde la tarima.