14 de noviembre de 2005

Los lunes con paraguas

Hoy es lunes, aunque eso no es ningún misterio. No es un lunes al sol, porque ni estoy parado ni hace sol. Llueve. Madrid mojado es difícilmente transitable, de modo que es preferible ver llover desde la ventana del despacho. Saberse a resguardo solapa esta zozobra laboral que amenaza con engullir a cualquiera que se le cruce.
He puesto a Diana Krall, he repasado los periódicos, con toda su sobredosis de bronca y sólo he encontrado solaz en las crónicas deportivas que hacen balance del partido de España. Rara mezcla, la de fútbol y jazz.
Pocos temas estimulantes sobre la mesa. Obispos en guerrilla urbana, hogueras parisinas, justas literarias sin fuste, gripe aviar (o aviaria). Así que lo mejor que puedo hacer es cederle el testigo a Juan Varela, que ha escrito un comentario certero e independiente sobre el escabroso trance que atraviesa el oficio en nuestro país. Comentario que, como le he anotado en su blog, suscribo de cabo a rabo. El periodismo no debe aspirar a la objetividad, más que nada porque no le es posible. El periodismo debe aspirar, por contra, a la independencia. Es el único terreno en el que puede subsistir. Cuando bordea ese margen, se diluye. Se esfuma. Es pasquín, no periódico.

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