21 de noviembre de 2010

Wallace y Nolan


No se puede aislar una lectura, un viaje, una película o una conversación del resto de tu experiencia. Tendemos a percibir lo consumido como si fuera un mapa personal, en el que los caminos se entrecruzan por capricho. Todo deja un sedimento que se mezcla sin remedio. Así pasó que mezclé en mismo comentario Origen y Extinción. La penúltima película que he visto y el penúltimo libro que leí tienen en común un eco semántico que remite a una cronología: un principio y un final, un punto de partida y una meta alcanzada. Origen y Extinción.

El tiempo como categoría narrativa. La obra literaria de David Foster Wallace (DFW) y la filmografía de Christopher Nolan (CN) comparten una tendencia a quebrar el concepto del tiempo. Pero no para restarle importancia; muy al contrario, manipulando la secuencia y el nivel en el que se producen las cosas, lo que ambos hacen es señalar la riqueza que cada momento tiene, más allá de lo ordinario que éste sea. Aireando los pliegues de la conciencia, poniendo en cuestión la linealidad de nuestra existencia, estos autores reivindican la reflexión sobre las posibilidades del lenguaje (audiovisual, escrito) para poner en pie realidades alternativas.

La ignorancia crítica. Debido a que en la propuesta estética de estos autores hay una renuncia explícita a contentar a todos, tanto DFW como CN han tenido que convivir con el desdén que les profesan algunos puritanos, que atacan su supuesta modernez, que vituperan su apuesta por el riesgo, por preferir la carretera con curvas a la línea recta. La búsqueda de ese recorrido alternativo no tiene nada que ver con el desprecio hacia los clásicos. En su narrativa hay una deuda con obsesiones y con procedimientos que vienen de lejos, que responden, como no podía ser de otra manera, a una herencia.

El pacto previo con el lector o espectador. Ni DFW ni CN son complacientes. Ninguno de ellos te lo pone fácil. Es algo común a todas las grandes obras: en ellas no se puede entrar o salir a conveniencia. Quien se embarca en la primera página o en el fotograma inicial, está asumiendo un viaje de principio a fin, sin atajos. Para que la obra funcione, para que el motor carbure, creador y público sincronizan sus secuencias, se acuestan en una especie de código morse que encauza el diálogo. Quien aspire a encontrar un esperanto con el que poder dirigirse a todos los lectores por igual, se deja por el camino la búsqueda de una voz creativa. Deja de ser creador. Se convierte, en el mejor de los casos, en un artesano eficaz. Pese a que, tanto DFW como CN han trabajado por encargo, no son meros artesanos.

En uno de los cuentos de Extinción, un niño que asiste a clase se aburre y mira afuera. Lo hace a través de una ventana protegida por una malla con rombos. Como es de esperar, lo que ocurre en la calle no le divierte mucho más que lo que pasa en el aula. Pero la imaginación le conduce a construir una historia que se desenvuelve igual que un cómic, parcelando la trama de viñeta en viñeta, de rombo en rombo a través de la malla. Eso le permitirá evadirse a otro mundo mientras en este, en ese aula, su profesor emprende un delirio homicida que aterroriza a casi todos los alumnos. Ese niño encuentra cobijo en la imaginación para huir de una realidad insoportable. Aunque lo que imagine sea igualmente cruel y anecdótico, tiene un valor incuestionable: es suyo, lo ha creado él. Lo mismo hace el personaje de Di Caprio en Origen: buscar exilio en los sueños para vivir una vida paralela, una existencia que se parece a la realidad pero que la trasciende. Un mundo que tiende al infinito porque creador y protagonista son el mismo.