26 de agosto de 2010

Una noticia

Googleemos "Calamaro". ¿Ya? Un músico, al que admiro, por cierto, se caga en todo y su exabrupto genera millones de comentarios. Todos los diarios de hoy reseñan una noticia cuya razón de ser pongo en duda.

Calamaro es músico. Luego Calamaro es (debería ser) noticia cuando hace música, o cuando tiene algo que decir sobre música. Pero sus opiniones o su quehacer más allá de los márgenes de su actividad reconocida suman poco al debate público. No añaden contenido a esa idea habermasiana de la esfera pública. No son rodamientos para hacer funcionar el debate, sino balas de fogueo, un aldabonazo que se olvida tan rápido como surge.

Cuando el periodismo padece, más que nunca, una merma de confianza, conviene no sólo disparar hacia una audiencia interesada por las nimiedades y el petardeo. Podríamos mirarnos el ombligo y reflexionar sobre unas rutinas profesionales viciadas, que privilegian, mucho más de lo debido, la declaración de tal o cual político (y la respuesta de su adversario), o la última parida que suelta cualquier artista sobre un tema que muchas veces no domina.

Y frente a la duda, periodismo. O sea: dar un paso atrás, contar hasta diez, manejar la perspectiva y buscar otro ángulo, una voz autorizada e interesada que complete la información. Que convierta un dato en noticia.

18 de agosto de 2010

Inventario

Cuando un verano no es como debe ser un verano algo se disloca. Quiero decir que un verano debería dejarnos más margen para hacer eso otro. Repintar el salón, formatear el PC, conocer Roma, terminar Guerra y Paz, o tomar lecciones de alemán.
O actualizar un blog.
No hubo tiempo, ni tal vez ganas, para hacer nada de eso. Así que anoto, a salto de mata, las lecturas de este verano atípico. Como el enésimo acto de contricción.


1. Los disparos del cazador. Rafael Chirbes. Novela breve y sobria que dibuja la decadencia de un tipo de triunfador muy propio de España: el arribista que mata sus escrúpulos para tocar el éxito, mientras proyecta una imagen pública de tenacidad y compostura. Al protagonista de esta novela se le entrevén las costuras muy pronto; uno intuye, bajo la cadencia elegante de la escritura de Chirbes, que la culpa carcome el relato del triunfador cuando la muerte le espera a la vuelta de la esquina.


2. El viajero del siglo. Andrés Neuman. Artefacto metaficcional alabado por aquí y por allá y premiado a espuertas, hay que reconocerle el atrevimiento de embarcarse en una novela decimonónica armado con los aperos del siglo XIX. Tierna, sutil, y a ratos gamberra, se agradece también su apuesta por la pugna ideológica y filosófica entreverada en el relato. Pero con todas sus virtudes, se me quedó a medias. Leída esta perspectiva de Gándara, nada que añadir.


3. La felicidad de los ogros. Daniel Pennac. La lectura es un salvavidas. Y la imaginación, un escudo contra la desdicha. No hay mejor lección que esa: aprender a ser optimistas pero sin perder el colmillo. Utilizar nuestro lado crítico, no para alimentar la úlcera, sino para invitarnos a ser felices con lo que nos toca vivir. La primera entrega de la saga Malaussène es una delicia de humor y ternura que se lee apurando la página. Habrá que continuar asomándose a esta familia de raros maravillosos.


4. Respiración artificial. Ricardo Piglia. Ya confesamos nuestra admiración por otra obra del argentino. Prometimos leerlo más, y un año y medio después doy carpetazo a la primera novela de Piglia publicada en España. Y aunque la impresión no es tan honda, sí encuentro reflejos de Prisión perpetua. Sobre todo esa facilidad constatada que tiene Piglia para llevar el relato por derroteros imprevistos y lograr, sin embargo, que el conjunto de la narración tenga sentido.