12 de abril de 2009

Partículas


"A veces salía, observaba a los adolescentes y los edificios".

Prueba otra forma de encarar el comentario. Tómatelo como un nuevo y dislocado modo de acercarse a la revisión de una lectura. La novela es un trapo de la vida, escribió malherido, y, en este sentido, mi vida atraviesa (benditas) convulsiones, de manera que el trapo de la lectura enjuga mis sofocos y templa mi ánimo, pero el poso de lo leído se difumina rápido, laminado por el vendaval de lo vivido. Así, nos queda de la lectura no más que un rastro confuso en la memoria. Suficiente para dar fe de la sensación que nos produjo, pero inútil para aproximarse a ello con intención de sentar cátedra. Si a menudo me acompaña la sensación de que todas mis opiniones literarias carecen de fundamento, en épocas como esta no me parecen más que un brochazo, un punto de vista sobre lo leído que corresponde con mi estado de ánimo, y con las circunstancias que complementan a la lectura. Poca cosa.


Así ha ocurrido con Las partículas elementales, de Houellebecq, libro del que me separan ahora dos horas de vuelo y un mes de sucesos. Biopsia del nuevo existencialismo, el autor francés sabía cuando afrontó la redacción de este texto que para plasmar una reflexión sobre la pérdida de identidad que sufre el hombre (el varón, en mucha mayor medida que la mujer) de este tiempo, no servía ya el canon de Camus, Sastre y compañía. Houellebecq se atrevió a rascar en la herida de un sujeto varado, acomplejado por un mundo que le invita siempre a la felicidad, aunque aquella sea de cartón piedra.


Hay a menudo un modo demasiado alegórico de aproximarse a una visión futurista del destino del hombre. Párate a pensar en cómo seremos dentro de medio siglo, y casi todo lo que te vendrá a la cabeza son descripciones líricas, supercherías. Aquí está Houellebecq para pensar en otra dirección, para postular que la escritura de ciencia ficción no tiene por qué ser un manojo de tópicos archimanidos, ciborgs, coches voladores y así. La desolación, el nihilismo, la corrupción del estado del bienestar, son las patentes de corso de este tiempo y probablemente del que está por venir. Que quede constancia de que hubo alguien, en los albores del ciberespacio, cuando los móviles aún eran un objeto de lujo, que predijo una desaparición limpia, ordenada, sigilosa, de nuestra raza.

0 comentarios: