24 de octubre de 2008

La magia


  • «El boxeo es la magia de los hombres en combate, la magia de la voluntad, la habilidad y el dolor,y de arriesgarlo todo para poder respetarte a ti mismo durante el resto de tu vida. Se parece a escribir».

Hay una épica secreta en ciertas disciplinas. Hay algo en ellas que nos hace, a los hombres, odiarlas o amarlas. Sin condiciones previas. Sin argumentos que desarmen a los opositores. Puro éxtasis. Nadie podrá convencer a un antitaurino de la belleza que nace de la arena. Yo, por ejemplo, me asomo al ruedo y no veo más que una danza macabra en la que uno de los actores, el toro, ha sido forzado a tomar parte y a morir al cabo. 

Así pues, ¿cómo explicarle al opositor al boxeo dónde está la magia que relata F.X. Toole en el párrafo de arriba? ¿Cómo hacerle ver más allá de los mamporros, la sangre, los ojos hinchados, el enbrutecedor espectáculo del público aullante pidiendo un asalto más? No hay modo. Imagino que a amar el boxeo se aprende a lo largo del tiempo, viendo muchos combates, empapándose de sus axiomas. En odiarlo, por el contrario, se tarda muy poco. Produce un rechazo muy comprensible, e inmediato. De manera que es posible que huelguen las explicaciones; esto no es un alegato ante el juez, sino un ejercicio de vindicación de lo que F.X. Toole bautiza como la magia

Los relatos que componen Million Dollar Baby pecan de candidez. Se trasluce la impericia del que tiene cosas que decir, cosas que importan, de hecho, pero desconoce el oficio. El boxeo es un territorio de perdedores honorables, un reino dominado por el dinero y la trampa, pero en el que permanecen gestos honrados, dignidades limpias. Si a uno le interesa el boxeo, es imposible no sentir cierto cosquilleo de deleite en algunos pasajes de esta obra que ahondan en todo ese mundillo secreto, las claves implícitas, las normas tácitas. Y la épica que sobrevuela por encima de esas batallas cuerpo a cuerpo, guante contra guante.

Escribo a favor de esta obra porque a pesar de sus muchas carencias me gusta el olor a cuerda y linimento que destila, la jerga del ring y de los gimnasios, la ternura casi paternofilial entre entrenador y púgil. Y el tratamiento que realiza su autor, huyendo de los chantajes morales, del conflicto racial que respira Estados Unidos, aún hoy. En ese país que no acaba todavía de creerse a pocos días de coronar a su primer presidente negro. 

22 de octubre de 2008

20 de octubre de 2008

'Bajo el volcán' y la escritura yonqui


Hace un tiempo anduve obsesionado con los yonquis. Viajaba en tren y les veía muy a menudo. Veía sus ojos perdidos, la dignidad tras el fracaso absoluto, su vaivén, sus labios morados, sus brazos sarmentosos. Y pensaba con recurrencia en el simbolismo de su figura. En cómo encarnaban la autodestrucción, la desdicha no específicamente buscada pero conscientemente asumida. Hay gente brillantísima que se arroja a las vías sin remedio, sabiendo a lo que se expone, tolerando su suerte. Aceptando que le compensan todos los malos viajes, la marginación, las uñas sucias y los dientes podridos por unos cuantos minutos de alivio opiáceo al día.  

Acabo de leer 'Bajo el volcán', y regresa con esta lectura la sensación de asistir a un ejercio kamikaze sin poder terciar en la caída. Al cónsul Geoffrey, protagonista de esta novela, no le puede salvar nadie. Ya no. Tal vez hubo un tiempo en que su esposa, su hermano o sus colegas pudieron asirle de la solapa y zarandearle la conciencia para torcer su destino. Pero en sus últimas horas, esas que narra esta obra desbordante y lisérgica, Geoffrey ya se ha lanzado a su particular precipicio etílico, igual que Nicholas Cage en Leaving Las Vegas. No hay vuelta atrás.

Me gustaría saber escribir como Lowry. Ser capaz de inyectarme en el cerebro de un adicto y recorrer su caótico torrente de pensamiento, sus idas y venidas, su lucidez pasajera y el desconcierto sempiterno. La duda estriba en saber si para escribir bien sobre adicciones hay que haber sido adicto. Eso le ocurrió Lowry, o a Denis Johnson, que en la colección de relatos Hijo de Jesús logra llevarte de la mano por el via crucis del consumo alucinógeno y la marginalidad que lo envuelve. Seguramente no sea así. Quizás la experiencia yonqui no es más que un aderezo de la escritura yonqui, un ingrediente casi necesario pero no suficiente. Lowry y Johnson fueron adictos y luego escribieron mecanografiando sobre sus pasos perdidos. Pero antes de empinar el codo o de buscarse la vena ya eran escritores; y de los buenos. Sólo escogieron escribir sobre lo que habían vivido. Sabían qué se traían entre manos.

7 de octubre de 2008

Pop art

El mismo recorrido, el sendero de baldosas amarillas que en su día recorrieron el panfletillo por entregas del XIX, la cartelería vanguardista de (entre)guerras, el fotoperiodismo, el cine negro o los cómics, lo transitan hoy las series de televisión y los blogs literarios. Disciplinas apátridas y sin fundador reconocido, arte popular que nace en los suburbios, en garajes sombríos, que extiende sus tentáculos sin freno, como una plaga. Gente que descubre pasiones afines y no se avergüenza de ellas. Gente que, unida, comienza a proclamar el orgullo de una afición otrora sonrojante, privada. 

Ese camino de la marginalidad popular a la vindicación academicista lo han hecho, en efecto, los blogs y las series por vías inversas. Mientras que los primeros brotaron en el ancho y revoltoso mar de Internet, hasta alcanzar el reconocimiento en los mass media, las teleseries surgen de los grandes o medianos estudios norteamericanos, para desembocar en el consumo discriminado y fetichista de cada individuo. 

La explosión de ambos no se entendería sin el ciberespacio. Sin la posibilidad más virtuosa que ofrece esta herramienta. Internet es, en esencia, un gran café donde poner en común complicidades. Es otras muchas cosas más, pero lo que le hace grande es que nos sirve para compartir y jugar. No hay invento humano memorable que no cumpla esas premisas.

Como si, a contrapié, los grandes medios empezaran a hacer suyo aquello de "si no puedes con ellos, únete", este fin de semana coinciden (no por casualidad) las dos cabeceras más antiguas del país en apuntar con el dedo hacia este fenómeno imparable. 

El País lleva a la portada de su colorín semanal el reportaje La caja tonta es más lista.
Varios de sus columnistas señeros confiesan su adicción al género de la ficción televisiva. Pienso, con malicia, en muchos intelectuales que poco a poco descubren cosas como Los Soprano, o A dos metros bajo tierra, o Dexter, o House. El desdén con el que muchos se despachan (con razón) contra la basura que anega la televisión, les cegaba. Hay una postura intelectualmente honesta en apagar la tele ante tanta sordidez. Pero alguien dedicado a la cultura está obligado a saber qué se cuece, a estar al día. A discriminar. No valen excusas peregrinas.

Aurora Viña, por su parte, desgrana en ABCD Las artes y las letras  algunas de las propuestas más refrescantes y seguidas de la blogosfera hispana dedicada a la crítica de libros. Es sólo un esbozo de algunos de los que más despuntan. Cada uno de nosotros tendríamos una lista propia, claro está. Sitios que visitamos con regularidad de beatos. Escritura que rara vez acabará sobre un papel, pero que no deja de ser escritura. Igual que las series: nunca las veremos en pantalla grande, desde la chirriante butaca de un cine de estudio. Pero son cine. Vaya que sí.