25 de octubre de 2005

Toque de queda

Lector improbable, ahí va un aviso: si aún está a tiempo de evitarlo, no se quede en casa este próximo puente. Si puede hacer unas maletas de circunstancias y carretera y manta, hágalo, sin duda. Lárgese a una isla desierta, o a un monte escarpado. Y, sobre todo, no vea la tele. Se rumorea que habrá parto real por esas fechas. El bombardeo es inminente. El toque de queda ya está dado. Ahora, si decide no hacerme caso, usted se lo ha buscado. Quedamos avisados.

Conchita 9/11

Maldita sea. Veintiséis años es toda una vida. Una vida entera. Pero no vale de nada arrepentirse. Lo peor no es dudar, a estas alturas. Lo peor es estar sólo. Y viejo. Viejo y sólo. Y no poder contarle a nadie lo mal que te sientes. Lo inútil que te crees. Es lo más doloroso. No encontrar palabras para explicarte. No saber explicarte. No encontrar a nadie que disponga de cinco minutos para escuchar tus explicaciones.
Veintiséis años. La tipa esa ha estado sólo unos meses. Rodeada de gente. Corifeos. Palmeros. No sola, como yo. Tenía hasta un agente. Tipos que le llevaban la comunicación. Convocaban a los medios. Hacían ruido. Para que te escuchen tienes que hacer ruido. No vale con protestar. Hay que gritar. Agarrar un megáfono y gritar a los cuatro vientos. O hacer que quienes tienen los mejores megáfonos griten por ti. Alto. Fuerte. Directamente a las orejas de los jefes. No en sus narices, como yo. En sus orejas. Si chillas en sus narices, sólo estornudan y siguen a los suyo. Si chillas en sus orejas no pueden soportar el ruido y acaban por hacerte caso. Te complacen para que te calles. Si chillas en sus narices sólo eres un molesto picorcillo. Si lo haces en sus orejas te vuelves insoportable.
Pero las cuatro perras que yo gano no me llegan ni para vivir.

24 de octubre de 2005

Zidane, el ocaso


imagen: telegraph
Nada más triste que ver, en directo, la agonía del ídolo. Recuerdo que me tomé como una afrenta casi personal la retirada prematura de Indurain. Pensé: traición, a nosotros, seguidores fieles, y sobre todo, a él. Se apea de la competición al primer traspiés. Cobarde, maldito cotbarde idolatrado. Con los años las brasas de aquel desencanto se me han ido apagando. Indurain se fue en el momento en que percibió que no volvería a ser el mismo. Podría haber vuelto a subirse a la bici y haber transitado las carreteras con más pena que gloria, bandeando sus estertores en cada nuevo repecho. Llegó Armstrong y, en cierta medida, le ha desbancado del altar mayor, aunque no ha podido evitar que la figura Miguelón, el Grande, permanezca. Los años le han ido colocando en su sitio, y, además de atemperar la decepción de su despedida, han contribuido a darle la razón: mejor morir de pie que vivir arrodillado.
El adiós del ciclista casi coincidió con el hasta luego de otro grande, Michael Jordan. Su despedida fue ejemplar. De libro. Salvo por el pequeño detalle de que no llegó a consumarse. Mi memoria precaria archivó en el cajón de las grandes gestas aquella última canasta de Jordan ante los Utah Jazz. Pero Michael no pudo soportar la morriña y volvió a aparecer. Para vagabundear por equipos de medio pelo tratando de demostrar que aún seguía siendo el número uno. Y no hacía falta.
El ocaso de Zidane vuelve a colocarnos (a los aficionados, y, probablemente, a él mismo) ante la cruel disyuntiva: o te arrastras por los campos en busca de aquel que fuiste y que ya no regresará (salvo en destellos fugaces); o cuelgas las botas y te dedicas a recibir homenajes. Y te resignas a convertirte en un jubilado.
Sigo sin decantarme. Es difícil despedirte de tus ídolos. Es duro ir percibiendo que ya no te asombrarán. Pero, al menos con Zizou, no quiero resignarme. Todavía no. Sólo un año más. Sólo unos minutos. Una galopada fatigosa. Un control deslumbrante. Un pase certero. Un gambeteo elegante. No sólo lo necesita el Madrid. Lo demanda el arte.

21 de octubre de 2005

Supervivientes

Rata fugitiva bate récord
BBC MUNDO
La capacidad de nadar de una rata que cruzó el mar para encontrar nuevo territorio dejó sorprendido a un equipo de científicos de Nueva Zelanda. El roedor era uno de un grupo al que le habían insertado transistores para que los investigadores pudieran rastrear sus movimientos y aprender más acerca de este tipo de plaga y cómo invaden pequeñas islas. La rata fue liberada en la isla desierta de Motuhoropapa -parte de las islas Noises en el golfo Hauraki de Nueva Zelanda-, pero no se dejó capturar al final del proyecto. La revista Nature afirma que el animal apareció en la Isla Oata -también parte de las islas Noises- lo que implica que la rata nadó 400 metros.


Marca en mar abierto

El investigador de la Universidad de Auckland, James Russell, y sus colegas, aseguran que ésta es la distancia más larga que ha nadado una rata en el mar abierto hasta ahora registrada.
"Las ratas comunes (rattus norvegicus) supuestamente pueden nadar hasta 600 metros pero, hasta donde sabemos, éste es el primer récord de una rata que nadó cientos de metros en mar abierto", indicaron los científicos.
En total, el roedor estuvo libre durante 18 semanas. Al final, murió tratando de comerse la carne de pingüino que le habían puesto a una trampa.
Las especies invasoras sólo son superadas por la pérdida de hábitat cuando se trata de ser la mayor causa de las extinciones. Los roedores en particular han causado caos en varias islas pequeñas alrededor del mundo. Las ratas se alimentan de aves nativas, cazan polluelos, se comen los huevos y destruyen sus nidos.
Asimismo, compiten con especies nativas por semillas esenciales e insectos.
La erradicación de las ratas, una vez establecidas en un lugar, es extremadamente difícil.
Esta rata en particular, evadió una serie de trampas, carnadas, e incluso perros rastreadores.
El equipo indicó que la eliminación de esta peste es incluso más difícil cuando no son muchas, probablemente debido a que la competencia para conseguir comida no es tan intensa.
Las autoridades de Nueva Zelanda libran una constante batalla para controlar a los roedores.
Las desiertas islas Noises, al noreste de Nueva Zelanda, fueron invadidas por rattus norvegicus al menos en seis oportunidades entre 1981 y 2002.


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Peripecias de la vida animal. La naturaleza se cuadra a veces frente a nuestros ojos para ofrecernos estampas como esta. Si sabemos leerlas, entenderemos que son como metáforas de nuestra propia existencia miserable. De nuestros miserables sueños y de las inevitables caídas. Una rata trata de huir de un destino trazado: colonizador gregario y salvaje. Es libre por designación (humana), aunque ella lo ignora. Bracea en el mar en busca de una ciega supervivencia. Puro instinto. Alcanza la costa; ha cumplido con su tarea. Ha escapado y ya puede saborear su autonomía, su desalienación, su albedrío desaforado.
Pero en uno de sus primeros actos al margen del yugo (doble: el del hombre y el de su propio clan), va y la caga: «En total, el roedor estuvo libre durante 18 semanas. Al final, murió tratando de comerse la carne de pingüino que le habían puesto a una trampa». Muy humano. Casi parece una reconstrucción alegórica del síndrome de Estocolmo, de nuestra incapacidad para adaptarnos a la nueva coyuntura: eres libre, luego has de adoptar tus propias decisiones. Qué pavor causa esa cadena. Qué perra vida.

20 de octubre de 2005

Los adversarios viejos

Toca escribir a diario si uno quiere ser consecuente. O contundente. Como él. Toca, aunque no apetezca. Toca, aunque no haya ganas de glosar lo que está ya de sobra glosado. Para bien o para regular. Pero la extinción de los dinosaurios siempre mueve al estupor. Algo tiembla bajo nuestros pies cuando cae un árbol viejo. Dejará de dar sombra, y de atraer a las hormigas. Siempre se queda uno un poco huérfano cuando un comunicador con solera deja caer la pluma para siempre.
Casi nunca estuve de acuerdo con Haro. Sí, tal vez, con su ideario. No con sus maneras, con su empecinamiento, con esa prosa obtusa y llena de sobreentendidos que a los legos se nos escurrían. Me aburría, en fin, y eso es mortal para un columnista. Pero admiro la perseverancia, la conciencia crítica y las ganas de currar sostenidas hasta el último minuto. Hasta en el descuento, incluso. Dejó dicho que donaría su cuerpo a la ciencia y resulta que no fue un brindis al sol. Se ha donado. Se ha esparcido, como ha dicho Umbral.
Siempre me parecieron los dos extremos de una misma cuerda, Campmany y Haro. Su columna fija, sus fijas posiciones ideológicas. Su compromiso con el trabajo. Su mala leche imperecedera. Uno, un señorito de derechas de toda la vida, fino, socarrón. Nunca me hizo gracia. Otro, un niño republicano, que escogió ser el azote de nuestras conciencias. Muy riguroso, muy malencarado, sin tiempo para pamplinas. Tampoco le pillé el punto.
Ambos pertenecieron a una época que no era la mía, pero estamos obligados a respetar a los que vinieron antes. Para remedar sus aciertos y huir de sus errores.
Me decepcionó El País con las necrológicas de Campmany. Una nota breve y de compromiso, sin firma. El ABC también me decepciona hoy. Da cuenta de ello en la penúltima página de Cultura. Aunque sí recuerda un enfrentamiento entre los dos dinosaurios:
«Conocido por ser una de las últimas voces de la izquierda radical española, ferozmente antiliberal y republicano confeso, Haro Tecglen destilaba sus críticas políticas en los últimos años desde una columna de la sección de televisión en el diario «El País», que convirtió en pasarela de sus pasiones ideológicas, y desde la que protagonizó sonadas polémicas periodísticas. Una de las más largas fue la que mantuvo con su coetáneo el también escritor y columnista de ABC Jaime Campmany, fallecido en junio. Ambos escritores, desde posiciones absolutamente opuestas, mantuvieron la polémica durante años, entreverando puyas y estocadas con algún destello de respeto profesional por el adversario.».

Descansen en paz. Para ambos, se acabó la guerra.

19 de octubre de 2005

No pierdas la esperanza: las buenas noticias también existen

JUSTICIA / Orden de la Audiencia Nacional
Busca y captura para los implicados en la muerte de José Couso
Periodista Digital / Efe
Miércoles, 19 de octubre 2005

El juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz ha ordenado la busca y captura y detención internacional, a efectos de extradición, de los tres militares norteamericanos supuestamente implicados en la muerte del cámara de Telecinco,José Couso,el 8 de abril de 2003 en el Hotel Palestina, de Bagdad. En un auto, el magistrado explica que esta medida es "la única efectiva para asegurar la presencia de los imputados en el proceso a disposición de la autoridad judicial española, a la vista de la nula cooperación" de los Estados Unidos, que no han contestado a las comisiones rogatorias que les fueron cursadas. Los reclamados son el sargento Thomas Gibson, el capitán Philip Wolford, responsable de la unidad de blindados que disparó contra el hotel, y el teniente coronel Philip De Camp, al mando del regimiento al que pertenecían los carros de combate.
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José Couso, crimen de guerra

18 de octubre de 2005

La ciudad invisible

Una cuenta pendiente, este comentario. Una cuenta pendiente tardía, quizás.
Que la radio es un medio de trinchera quedó claro en la guerra civil. El dominio paulatino de las emisoras fue tan importante para los vencedores como cualquier otro elemento estratégico en el combate.
Hoy dicen que vivimos en paz, aunque uno escucha la radio y pareciera lo contrario. De veras: si un marciano recién aterrizado sintonizase un transistor antes de cruzar palabra con cualquier humano, se echaría cuerpo a tierra o huiría cagando leches a su transbordador.
En medio de un panorama tan belicoso, un festín de bilis rencorosa, da gusto oir cosas como La ciudad invisible. Un programa sin complejos y c-u-l-t-u-r-a-l, sí, con todas las letras. Uno piensa que la cultura no está hecha de compartimentos estancos sin vasos comunicantes entre sí. Uno piensa que existe otra cultura más allá de la que nos suministran a granel, a borbotones empalagosos, los grandes medios. Uno piensa que pueden convivir tranquilamente los grandes popes artísticos e intelectuales con los nuevos valores, porque ambos se necesitan.
Eso, y muchas más cosas es La ciudad invisible. Y, sobre todo, es un grupo de gente joven, con ganas de demostrar que uno puede pasárselo bien mientras hace un programa bien planteado, profesional y necesario.
Pero esta cuenta pendiente llega tarde, ya lo he dicho. Ayer escuchaba el último tramo del programa pensando en que hoy escribiría algo sobre él. En el último minuto, Marta Echevarría, la voz que conduce el barco a la deriva en pro de la ciudad invisible, se despidió. No dejó dicho adónde iba, ni por qué se marchaba. Simplemente se despidió de la audiencia. Sin alardes lacrimógenos. Sólo dijo hasta la próxima, y gracias. Aprendan, popes.

Se escucha aquí, de 19:00 a 20:00, de lunes a viernes.

17 de octubre de 2005

Escritura automática (III)


Sopesas la idea. La rumias durante días y días. No alcanzas a deglutirla del todo. Carraspeas. Esputas en la acera mientras caminas, tal vez. Sientes que la idea ya no es una mácula porosa establecida en un rincón de tu cerebro. La dichosa idea se ha extendido más rápido que un tumor maligno, y amenaza con nublarte el ánimo y cortocircuitar los nervios que te hacen levantarte de la cama cada mañana.
Te dices: lo escribiré. Lo anotaré todo. Los pormenores, los fogonazos erráticos que circulan alrededor de la jodida idea. Le daré cuerpo, de ese modo. Perderá su sentido abstracto. Cobrará una nueva dimensión. Ya no me pertenecerá, y, por tanto, dejará de obsesionarme. Dejará de dolerme.
Y ha pasado el tiempo, inexorable, dicen, y descubres que no has hecho nada. No te has movido del sitio, aunque estás agotado; te falta el aire, como si fueses un maratoniano novato. Como nada se quiebra, como no existe la catarsis, permaneces impávido ante el teclado, ante la pantalla. Como hace dos horas, como anteayer.
Reinicias el sistema. La mácula ha vuelto a su rincón, pero no se ha esfumado. Allí sigue. Tal vez esta no era su oportunidad. Tal vez le llegue pronto su momento, o tal vez tarde años en manifestarse. Tal vez es mejor que siga ahí, porque a nadie le interesa. Ella, la idea, se ha dado cuenta de todo mucho antes de que tú te enterases de algo. La idea susurra: duérmete, anda. Mañana será otro día. Para todos.

Imagen tomada de: (icarito)

11 de octubre de 2005

Estresados

Un cámara graba una paliza propinada por varios policías a un sexagenario en Nueva Orleans

ELMUNDO.ES AGENCIAS

NUEVA ORLEANS (EEUU).- Tres policías de Nueva Orleans (EEUU) han sido detenidos y suspendidos de sus funciones después de que fueran grabados agrediendo a un hombre de raza negra de 64 años al que detuvieron por embriaguez, según informaron fuentes policiales.
Los agentes se han declarado no culpables de los cargos, que incluyen también el de haber empujado a un reportero de Associated Press que grabó los hechos con una videocámara.
"Parece evidente que nuestros agentes han empleado más fuerza de la necesaria", ha declarado a la CNN el jefe de Policía de Nueva Orleans, Warren Riley. Se trata, según él, "de malos policías", y ha calificado de "inquietante" el contenido de la filmación.
Los hechos sucedieron el sábado por la tarde en una calle del distrito histórico de Nueva Orleans. En las imágenes puede verse a un policía de raza blanca golpeando con el puño al sospechoso, Robert Davis, al menos cuatro veces en la cabeza en el exterior de un bar del barrio francés.
Después intervienen otros cuatro policías, que tratan de inmovilizar a Davis en el suelo de una manera brutal, hasta que finalmente el hombre queda tendido esposado en el suelo boca abajo, sobre un gran charco de sangre.
Al darse cuenta de que estaba siendo filmado, uno de los policías se dirige al cámara, al que ordena parar la grabación, antes de colocarle contra un coche y propinarle un golpe en el vientre, mientras le insulta. "¡Llevo aquí seis semanas luchando por mantenerme con vida! ¡Vete a tu casa!", grita el agente, identificado como S.M. Smith.
Los otros dos policías implicados han sido identificados como Lance Schilling y Robert Evangelist, e irán a juicio el 11 de enero. Por el momento se encuentran en libertad con cargos.
Compañeros de los agentes han hecho un llamamiento para que se eviten los "juicios apresurados", dado que, según ellos, la grabación no muestra todo lo sucedido. Además, niegan que la agresión tenga una motivación racista.
El sexagenario agredido, Robert Davis, se encuentra detenido -tras haber pasado por el hospital- acusado de intoxicación pública, resistencia y agresión a la autoridad e intimidación pública. La Policía ha recordado que en los últimos tiempos sus agentes han estado sometidos a situaciones enormemente estresantes, tras el paso del huracán 'Katrina'. 300 agentes han desaparecido, sin que se sepa si han muerto o abandonado sus puestos.
Muchos de los que se quedaron en la ciudad se han visto obligados a dormir en sus coches después de que sus casas quedaran destrozadas y a hacer jornadas laborales de hasta 24 horas. Algunos han sido acusados de practicar el pillaje, robar vehículos y abatir a perros abandonados.
En el pasado, la Policía de esta ciudad de Luisiana ya se ha visto implicada en varios escándalos similares, y está acusada de haber acabado con la vida de ocho personas en lo que va de año, según la cadena ABC.

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He dejado reposar esta noticia varios días en el blog. No sabe uno muy bien cómo encarar, sin demagogias al por mayor, sucesos como este. Podría empezar a escupir sapos y culebras contra los yanquis, y no me faltaría algo de razón. Pero he preferido echar pie a tierra, anclar las diatribas contra la brutalidad policial gratuita que con frecuencia demuestran los agentes en aquel país. He leído una y otra vez este fragmento: «La Policía ha recordado que en los últimos tiempos sus agentes han estado sometidos a situaciones enormemente estresantes, tras el paso del huracán 'Katrina'. 300 agentes han desaparecido, sin que se sepa si han muerto o abandonado sus puestos. Muchos de los que se quedaron en la ciudad se han visto obligados a dormir en sus coches después de que sus casas quedaran destrozadas y a hacer jornadas laborales de hasta 24 horas. Algunos han sido acusados de practicar el pillaje, robar vehículos y abatir a perros abandonados.»

¿Qué clase de superpotencia global tiene en nómina a policías "estresados"? ¿Qué clase de superpotencia global ignora el paradero de 300 de sus agentes del orden semanas después del huracán? ¿En qué clase de realidad lunática un agredido permanece en la cárcel mientras su agresor espera el juicio tratando de superar su estrés? La sabiduría popular prescribe repartir una buena tunda de hostias cuando uno está estresado. De hecho, la sabiduría popular (tan sabia, ella) no sabe lo que es el estrés. La sabiduría popular no se estresa. La sabiduría popular está hasta los cojones. La sabiduría popular veranea en Roquetas.

7 de octubre de 2005

Herralde


Estoy ojeando los periódicos que anuncian el Premio Nacional para "Los girasoles ciegos", de Alberto Méndez. Un raro, Méndez, una historia tipo John Kennedy Toole, el de "La conjura de los necios": la peripecia de uno de esos escribientes anónimos que pululan entre nosotros, en el más negro ostracismo, laborando con esmero y sin exigencias mercadotécnicas, hasta que alguien rescata su obra, una obra que pasa entonces a ser imprescindible para el arco lector, para la humanidad, en fin.
Ese alguien, ese ojeador certero, es Herralde. No es casualidad que los dos libros a los que me estoy refiriendo los publique la misma editorial, Anagrama. No conozco a Herralde, ignoro si es un psicópata en la sombra, o un engreído o soberano gilipollas. Pero, entre lo poco que le he visto en la tele, lo poco que le he leído, y, sobre todo, lo que publica, es mi absoluto ídolo. Es el perfecto lector. El mecenas intachable.
La nómina de autores imprescindibles que acarrea en su maletín es tan ancha que nombrar unos cuantos es orillar a otros muchos. Pero caigo en la tentación: Auster, Barnes, Oé, Lodge, Amis, McEwan, Kapuscinski, Vila- Matas, Tomeo, Bolaño, Carver, Capote, Nabokov, y un interminable etcétera, coronado por algunas rarezas, como la del propio Méndez. Descubrimientos que jalonan la trayectoria de un editor comprometido con el buen gusto, con la literatura decente, y que constituyen su verdadera patente: la calidad.

5 de octubre de 2005

La cita (1)

Voy a tratar de imponerme una sana (espero) costumbre intelectual. Voy a tratar de rebatir el axioma diario de "El Mundo". Sí, ese que preside el periódico y que gravita sobre la noticia del momento como un surruro de contundencia. Entre esas citas célebres alguna habrá con la que esté de acuerdo, sin fisuras, pero, repito: intentaré darle la vuelta a esos axiomas inquebrantables. Faltaré a la cita con reiteración (alevosía), pero, lector improbable, usted sabrá disculparlo. Allá vamos:

«Vale más un testigo de vista que diez de oídas» (Plauto)

Discrepo: tiende el hombre a pensar que la vista no juega nunca malas pasadas. Se olvida que nuestros ojos no son cámaras de vídeo; no: nuestros ojos no registran, procesan. Nuestros ojos ven lo que nuestro cerebro les ordena. Vemos lo que ansiamos ver.

4 de octubre de 2005

Cajas

Una camioneta del Selur iba acogiendo las cajas que los operarios lanzaban con desgana. Un coche de los municipales cortaba el carril derecho de Serrano. Los dos policías coloquiaban con la mendiga. Poco. No hay nada que discutir. En cinco minutos habrán terminado. La mendiga miraba en silencio cómo se llevaban las cajas que había acumulado en la esquina de Serrano con Villanueva. Es una labor de meses, ir recaudando, una a una, con paciencia de relojero, las mejores cajas. Día tras día, un trabajo tedioso arrumbado en cinco minutos. En la mirada de la mendiga, sin duda una alucinada, una marginada social como hay miles en la capital, creí ver un resquicio de dignidad. Quizás el alucinado soy yo.
Hoy la he visto en otra esquina, un par de manzanas arriba, rodeada de nuevas cajas y de los restos que no se llevó el Selur. El portero que la observaba mientras recolocaba sus cajas metódicamente no tardará en verse obligado a llamar al 091. Orden de los inquilinos. Huele mal. Es difícil ser mendigo en el Barrio Salamanca.