14 de febrero de 2005

El corredor de la ¿mente?

Perplejo le deja a uno la actualidad si pretende acercarse a ella con un resquicio de sentido común. El hombre es todo menos sentido común, por mucho que se empeñen los católicos, los darwinistas y los apologetas del fin de la historia. Juanjo Millás no podía dejar escapar algo como esto. Mejor, lo escribe con mucho más acierto que como yo lo escribiría:

Coeficientes
Por Juan José Millás
El País
11/02/05, 12.57 horas

En EE UU no te pueden ejecutar si tienes gripe o te has hecho un esguince. Primero te curan, como es lógico. En algunos Estados también te libras si eres tonto, aunque te miden el coeficiente intelectual cada mañana, de manera que si un día lo tienes alto, te gasean.

Tal es el caso de Daryl R. Atkins, un negro que entró en la cárcel oligofrénico, y que a base de trabajar y trabajar se ha vuelto lúcido, lo que ha movido a la justicia a terminar con él. El talento no lleva a nada bueno.

Cuanto más sabio eres, más expuesto estás a ser víctima de la náusea sartreana o de la silla eléctrica. Qué no daría Daryl por regresar a su estado anterior o, en su defecto, por hacerse un esguince. Pensarán algunos que si su angustia frente a la ejecución superara los niveles de su coeficiente intelectual, siempre podría recurrir al suicidio.

Pero los condenados a muerte lo tienen terminantemente prohibido, de ahí que en sus celdas no entre un solo objeto punzante o cortante. Se afeitan con cuchillas blandas.

Aseguran los expertos en estos tests de inteligencia que el coeficiente intelectual sube y baja a lo largo de la vida, incluso a lo largo de las horas. Hay días en los que te levantas listo y te acuestas tonto o viceversa.

La noticia no señalaba cuál era el coeficiente intelectual de los jueces en el momento de decidir que Daryl había alcanzado ya ese nivel de inteligencia que aconsejaba acabar con él, pero si caes en el corredor de la muerte y una subida de tu coeficiente coincide con una bajada del de los jueces, estás listo.

Nada hay más dramático que el desencuentro entre dos coeficientes intelectuales, sobre todo cuando uno de ellos es el que manda.

El mismo día en el que le subió el coeficiente intelectual a Daryl R. Atkins, Bush bajó el presupuesto dedicado a gastos sociales para aumentar el militar. Es evidente que se le habían disparado los niveles de agresividad.

Aunque la noticia no especificaba la relación existente entre la cólera y el coeficiente intelectual, nos tememos lo peor. ¿Qué pensará Daryl, en su celda de condenado a muerte, de esta curiosa decisión de Bush? ¿Se acordará de cómo era él mismo cuando prefería las pistolas a los libros? ¿Y qué opinión tendrá de la realidad ahora que puede comprenderla?

9 de febrero de 2005

El soldado homeless

El delirio de la guerra. Todo lo desbanca; lo desordena todo. Oigo en la radio que hay un documental en rodaje que cuenta cómo muchos ex-combatientes norteamericanos de la guerra de Iraq han vuelto a su país desamparados, sin subsidios ni honores. Muchos de ellos no tienen trabajo, ni casa, algunos duermen en albergues o en su propio coche. De madrugada, antes de conciliar un sueño frío y marginal, deben mirar por la ventana a las estrellas y se preguntarán si hicieron bien. Si debieron sacrificar todo para defender a su patria. La eterna duda del soldado raso, la carne de cañón con la que juegan los que deciden y ordenan las guerras: ¿valió la pena? Nunca debería valer. Aunque la promesa de la libertad y el orgullo ya no es el principal resorte que mueva las conciencias de los voluntarios ante los conflictos bélicos. Ahora, todo esto se parece más a un mercado de mercenarios, en el que muchos se embarcan porque no les queda otra. Se trata de escoger entre el ejército o el paro y la marginación que les tiene prometido la que una vez fue tierra de las oportunidades. Ya no quedan brigadistas internacionales.
A pesar de que las víctimas instantáneas e inocentes son los civiles iraquíes, y por ellas es por las que primero gritábamos NO, con el tiempo descubrimos que hay otras víctimas; los guerreros, los verdugos.
No puedo dejar de pensar en las repugnantes imágenes de las torturas en Abú Graib. Aunque suene paradójico, creo que torturados y torturadores compartían el mismo miedo: ese temor que atenaza al hombre desquiciado, erradicado de su hogar y sometido, a la fuerza o con embustes, y casi siempre sin la preparación necesaria, al desenfreno de la guerra. Así somos. Mirémonos por un momento al espejo.